Literatura argentina de vanguardia
Por Reina Roffé
Las nuevas tendencias, entre ellas el ultraísmo, circularon en el ambiente literario argentino a través de revistas y periódicos desde 1920 hasta 1940 aproximadamente. Dos décadas de publicaciones y encendidas polémicas que aportarían una nueva sensibilidad para concebir el hecho estético. La reacción más acusada de los poetas fue contra el imperio de Rubén Darío y su expansiva influencia, aunque algunos no quisieron renunciar totalmente a cierta estela de americanismo que el nicaragüense universal dejó como impronta en la poesía. Propusieron, eso sí, eliminar la anécdota y las confesiones intrascendentes o, como pensó el joven Jorge Luis Borges, contraponer a la estética «pasiva de los espejos» la noción «activa de los prismas», procurando limpiar la poesía «de estigmas ancestrales» para alcanzar una «visión desnuda de las cosas» hasta que cada uno pudiera componer «su creación subjetiva».
En el número 16 de Martín Fierro, la revista literaria de vanguardia por excelencia, los martinfierristas señalaron que la nueva poesía «lejos de considerar la realidad, la vida cotidiana, como fines de expresión, toma esta como productos que es necesario asimilar, como excitantes de un espíritu esencialmente constructivo y creador». A los martinfierristas pronto les surgieron adversarios. Un par de calles de la capital argentina situadas en distintos sectores de la ciudad dieron nombre a dos grupos literarios aparentemente antagónicos: Florida, representado por muchos miembros de Martín Fierro, y Boedo. Los de Boedo se hallaban bajo el amparo de la editorial Claridady la revista Los pensadores, que aglutinó las expresiones de izquierda. Uno de los partidarios del pensamiento soviético y el realismo social, el escritor Alvaro Yunque, se refirió a estos dos movimientos literarios diferenciándolos del siguiente modo: «Boedo era la calle; Florida, la torre de marfil. Buenos Aires, cerebro de la Argentina, se vio así representada por dos grupos turbulentos, excesivos hasta la injusticia, las dos ramas estéticas que, desde el Renacimiento, o sea desde que nació al mundo occidental la teoría del arte por la belleza, del arte-forma, se han disputado la posesión del arte. En Florida: los neogrecolatinos, los estetas, los que cultivaban un arte para minorías, hermético y vanguardista. En Boedo: los antimitológicos, los socializantes, los que iban hacia el pueblo con sus narraciones y sus poemas hoscos de palabras crudas, cargados de sangre, sudor y lágrimas, los revolucionarios».
Muchos años después de la efervescencia de fuegos cruzados entre los partidarios de Florida y los de Boedo, Leónidas Barleta —poeta, narrador, autor y director de teatro asociado al grupo de Boedo— reconocería: «En realidad eran dos ramas opuestas de una misma inquietud compartida, despertada por la nueva situación que planteaba la triunfante revolución proletaria. Si bien se mira, los dos movimientos se completaban como las mitades de un fruto dehiscente: los de Martín Fierro querían “la revolución para el arte” y los de Claridad “el arte para la revolución”».
Hacia 1980, Borges se refirió a los grupos de Florida y de Boedo, especialmente a la polémica que mantuvieron, como una broma tramada por el escritor Roberto Mariani, que coqueteó con ambos grupos, aunque estaba adscripto al de Boedo. Todo surgió de la necesidad de poner a Buenos Aires a la altura de París, donde existían cenáculos y discusiones literarias. Entonces, se inventaron las diferencias del mismo modo que en una ficción. Según Borges, esos grupos fueron creados para llamar la atención, igual que en «un truco publicitario». «Yo hubiera querido ser de Boedo», confesó, «pero me dijeron que no, que ya estaba hecha la repartición, a mí me había tocado ser de Florida». Y ratificó que aquello había sido una suerte de chanza tomada en serio por los historiadores de la literatura.
Artículo extraído de la página del centro virtual cervantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario