a. Pablo contemplaba a sus acompañantes de forma silenciosa.
b. Buscamos un tronco de árbol propicio para el descanso.
c. La inmensa noche caía sobre la inacabable llanura.
d. Entró la joven y prosiguió las cotidianas tareas del hogar.
e. Ya es la hora.
f. Una figura cumbre en la cuentística hispanoamericana.
g. Puso el autómovil en marcha y lo condujo lentamente; de pronto, le sobrevino una terrible fatiga.
h. Se instalaron en la Plaza San Martín, Esteban suspiraba aliviado, pero Pedro vigilaba con miedo a todos los demás.
i. Había llovido toda la noche, hasta pocos minutos antes del amanecer, y la calle del Cristo era un lodazal inmenso.
j. Los centinelas se miraron y obedecieron en silencio.
k. El dos de marzo de 1577, a las diez de la mañana, el Gobernador de Puerto Rico dictó las últimas palabras de su carta al Rey de España.
l. Estaba sentado en la terraza de La Fortaleza, bajo el fresco del de la mañana, y su mano distraída jugaba con la empuñadura de su fina espada toledana.
m. No llovía, pero la brisa húmeda presagiaba lluvia.
n. El escribano cordobés, siempre minucioso, tapó el tintero, colocó la pluma en la base y se puso de pie.
ñ. Luego se acercó a la baranda de la terraza y siguió con la vista al galeón Santa Dolores.
o. Doña Isabel, la hija del marqués, apretó con más fuerza el brazo de su padre y ocultó sus sonrisa tras la punta del abanico.
p. Frente a la Catedral el caballo dio un leve resbalón y Doña Isabel perdió el equilibrio durante unos segundos.
q. Aquí está el laberinto. ¡Un laberinto de márfil!
r. Yo, bárbaro inglés, revelaré ese misterio diáfano.
s. Después de cien años, los pormenores son irrecuperables, pero los hechos más significativos perduran.
t. Volvió la señora y colocó ante él un gran vaso de leche y un platillo lleno de vainillas.
u. La casa se alborotó con ello, y a poco se conmovió todo el barrio del sur.
v. En ese patio jugaban entonces con un gato gris, una niña de unos once años y un niño de cuatro o cinco.
w. Benoit, joven y treintañero oficial de la marina napoleónica, abandonó su patria, tras el desastre de Waterloo, surcó los mares en la goleta La Chiffonne y, finalmente, la sociedad de Buenos Aires lo recibió gratamente.
x. El gordo gato gris saltó sobre sus rodillas y Benoit le acarició el lomo.
y. Doce años quedé en Buenos Aires, pero nunca crucé la cancela de la casa de Benoit.
z. Balzac, el gato gris, se estiraba, se incorporaba en la baulustrada de la azotea o alzaba la cabeza hacia la mesa de dibujo de Benoit.
jueves, 15 de octubre de 2009
viernes, 2 de octubre de 2009
Florida y Boedo, ¿verdad o ficción?
Literatura argentina de vanguardia
Por Reina Roffé
Las nuevas tendencias, entre ellas el ultraísmo, circularon en el ambiente literario argentino a través de revistas y periódicos desde 1920 hasta 1940 aproximadamente. Dos décadas de publicaciones y encendidas polémicas que aportarían una nueva sensibilidad para concebir el hecho estético. La reacción más acusada de los poetas fue contra el imperio de Rubén Darío y su expansiva influencia, aunque algunos no quisieron renunciar totalmente a cierta estela de americanismo que el nicaragüense universal dejó como impronta en la poesía. Propusieron, eso sí, eliminar la anécdota y las confesiones intrascendentes o, como pensó el joven Jorge Luis Borges, contraponer a la estética «pasiva de los espejos» la noción «activa de los prismas», procurando limpiar la poesía «de estigmas ancestrales» para alcanzar una «visión desnuda de las cosas» hasta que cada uno pudiera componer «su creación subjetiva».
En el número 16 de Martín Fierro, la revista literaria de vanguardia por excelencia, los martinfierristas señalaron que la nueva poesía «lejos de considerar la realidad, la vida cotidiana, como fines de expresión, toma esta como productos que es necesario asimilar, como excitantes de un espíritu esencialmente constructivo y creador». A los martinfierristas pronto les surgieron adversarios. Un par de calles de la capital argentina situadas en distintos sectores de la ciudad dieron nombre a dos grupos literarios aparentemente antagónicos: Florida, representado por muchos miembros de Martín Fierro, y Boedo. Los de Boedo se hallaban bajo el amparo de la editorial Claridady la revista Los pensadores, que aglutinó las expresiones de izquierda. Uno de los partidarios del pensamiento soviético y el realismo social, el escritor Alvaro Yunque, se refirió a estos dos movimientos literarios diferenciándolos del siguiente modo: «Boedo era la calle; Florida, la torre de marfil. Buenos Aires, cerebro de la Argentina, se vio así representada por dos grupos turbulentos, excesivos hasta la injusticia, las dos ramas estéticas que, desde el Renacimiento, o sea desde que nació al mundo occidental la teoría del arte por la belleza, del arte-forma, se han disputado la posesión del arte. En Florida: los neogrecolatinos, los estetas, los que cultivaban un arte para minorías, hermético y vanguardista. En Boedo: los antimitológicos, los socializantes, los que iban hacia el pueblo con sus narraciones y sus poemas hoscos de palabras crudas, cargados de sangre, sudor y lágrimas, los revolucionarios».
Muchos años después de la efervescencia de fuegos cruzados entre los partidarios de Florida y los de Boedo, Leónidas Barleta —poeta, narrador, autor y director de teatro asociado al grupo de Boedo— reconocería: «En realidad eran dos ramas opuestas de una misma inquietud compartida, despertada por la nueva situación que planteaba la triunfante revolución proletaria. Si bien se mira, los dos movimientos se completaban como las mitades de un fruto dehiscente: los de Martín Fierro querían “la revolución para el arte” y los de Claridad “el arte para la revolución”».
Hacia 1980, Borges se refirió a los grupos de Florida y de Boedo, especialmente a la polémica que mantuvieron, como una broma tramada por el escritor Roberto Mariani, que coqueteó con ambos grupos, aunque estaba adscripto al de Boedo. Todo surgió de la necesidad de poner a Buenos Aires a la altura de París, donde existían cenáculos y discusiones literarias. Entonces, se inventaron las diferencias del mismo modo que en una ficción. Según Borges, esos grupos fueron creados para llamar la atención, igual que en «un truco publicitario». «Yo hubiera querido ser de Boedo», confesó, «pero me dijeron que no, que ya estaba hecha la repartición, a mí me había tocado ser de Florida». Y ratificó que aquello había sido una suerte de chanza tomada en serio por los historiadores de la literatura.
Artículo extraído de la página del centro virtual cervantes.
Por Reina Roffé
Las nuevas tendencias, entre ellas el ultraísmo, circularon en el ambiente literario argentino a través de revistas y periódicos desde 1920 hasta 1940 aproximadamente. Dos décadas de publicaciones y encendidas polémicas que aportarían una nueva sensibilidad para concebir el hecho estético. La reacción más acusada de los poetas fue contra el imperio de Rubén Darío y su expansiva influencia, aunque algunos no quisieron renunciar totalmente a cierta estela de americanismo que el nicaragüense universal dejó como impronta en la poesía. Propusieron, eso sí, eliminar la anécdota y las confesiones intrascendentes o, como pensó el joven Jorge Luis Borges, contraponer a la estética «pasiva de los espejos» la noción «activa de los prismas», procurando limpiar la poesía «de estigmas ancestrales» para alcanzar una «visión desnuda de las cosas» hasta que cada uno pudiera componer «su creación subjetiva».
En el número 16 de Martín Fierro, la revista literaria de vanguardia por excelencia, los martinfierristas señalaron que la nueva poesía «lejos de considerar la realidad, la vida cotidiana, como fines de expresión, toma esta como productos que es necesario asimilar, como excitantes de un espíritu esencialmente constructivo y creador». A los martinfierristas pronto les surgieron adversarios. Un par de calles de la capital argentina situadas en distintos sectores de la ciudad dieron nombre a dos grupos literarios aparentemente antagónicos: Florida, representado por muchos miembros de Martín Fierro, y Boedo. Los de Boedo se hallaban bajo el amparo de la editorial Claridady la revista Los pensadores, que aglutinó las expresiones de izquierda. Uno de los partidarios del pensamiento soviético y el realismo social, el escritor Alvaro Yunque, se refirió a estos dos movimientos literarios diferenciándolos del siguiente modo: «Boedo era la calle; Florida, la torre de marfil. Buenos Aires, cerebro de la Argentina, se vio así representada por dos grupos turbulentos, excesivos hasta la injusticia, las dos ramas estéticas que, desde el Renacimiento, o sea desde que nació al mundo occidental la teoría del arte por la belleza, del arte-forma, se han disputado la posesión del arte. En Florida: los neogrecolatinos, los estetas, los que cultivaban un arte para minorías, hermético y vanguardista. En Boedo: los antimitológicos, los socializantes, los que iban hacia el pueblo con sus narraciones y sus poemas hoscos de palabras crudas, cargados de sangre, sudor y lágrimas, los revolucionarios».
Muchos años después de la efervescencia de fuegos cruzados entre los partidarios de Florida y los de Boedo, Leónidas Barleta —poeta, narrador, autor y director de teatro asociado al grupo de Boedo— reconocería: «En realidad eran dos ramas opuestas de una misma inquietud compartida, despertada por la nueva situación que planteaba la triunfante revolución proletaria. Si bien se mira, los dos movimientos se completaban como las mitades de un fruto dehiscente: los de Martín Fierro querían “la revolución para el arte” y los de Claridad “el arte para la revolución”».
Hacia 1980, Borges se refirió a los grupos de Florida y de Boedo, especialmente a la polémica que mantuvieron, como una broma tramada por el escritor Roberto Mariani, que coqueteó con ambos grupos, aunque estaba adscripto al de Boedo. Todo surgió de la necesidad de poner a Buenos Aires a la altura de París, donde existían cenáculos y discusiones literarias. Entonces, se inventaron las diferencias del mismo modo que en una ficción. Según Borges, esos grupos fueron creados para llamar la atención, igual que en «un truco publicitario». «Yo hubiera querido ser de Boedo», confesó, «pero me dijeron que no, que ya estaba hecha la repartición, a mí me había tocado ser de Florida». Y ratificó que aquello había sido una suerte de chanza tomada en serio por los historiadores de la literatura.
Artículo extraído de la página del centro virtual cervantes.
Poema de Nicolás Olivari
Cuadro sipnótico de mi existencia
Diez horas, diez horas de almacén,
¡Diez horas, diez!
Sacos de garbanzos, "Petit Pois extrafins"
¡y fardos de té!
¡Rabia! ¡Rabia! ¡Veinte horas de rabia! 5
¡Rabia multiplicada!
La cabeza en Babia
y una mueca en la cara cansada...
Cuatro idiotas, calzados, vestidos,
¡y todavía vivos! 10
...en fin...
los pinte en su vida sin vida
esto: ¡nunca tuvieron noticia
de la muerte de Lenin!
Monograma en el viejo escritorio 15
que eyacula tinta,
uniendo sus burocráticos poros
un nombre se pinta.
¡Rosa! Como en el viejo Colegio Nacional
también aquí tu cifra fue grabada, 20
pero allá era sentimental
aquí es una puteada...
El patrón, un mastodonte:
cuello, cinco vueltas de grasa,
alma negra de polizonte, 25
chacal desjarretado
por el reumatismo,
tabla rasa
del mimetismo.
Yo no puedo concebir 30
que este hombre fue niño alguna vez,
lo ha debido parir
el espíritu precito de algún Juez.
El odio es una cisterna
que me vuelve el alma negra 35
con el odio y la rabia está la terna
que mi desesperación íntegra.
¡Cómo han mutilado mis ilusiones!
¡Cómo han deshecho a mi optimismo!
Han abierto el grifo oscuro de las cavilaciones 40
y me han perdido de mí mismo.
¡Mamá!, ¡mamá!, ¡mamá!
¡Oh! el grito tenaz, el grito húmedo
de lágrimas subterráneas... ya
estoy haciendo números... 45
No la poesía de las cifras aladas;
son números con la cola entre las piernas,
son números burgueses, no sirven para nada,
pero no insultan ¡no hablan, no humillan...!
Oh, el firulete que les hago, 50
¡son tiernas caricias!
¡Diez horas!, ¡diez horas de almacén!
¡Mamá, mamá, mamá!,
como cuando me llevaron pupilo a la escuela,
¿recuerdas?, ¡fuiste tan buena!, 55
¡oíste mi grito infantil!
¡Ahora es ronco y cómicamente varonil
pero es más triste... ¡Mamá!
¡Llévame de aquí!
Poema perteneciente a la obra La musa de la mala pata
Diez horas, diez horas de almacén,
¡Diez horas, diez!
Sacos de garbanzos, "Petit Pois extrafins"
¡y fardos de té!
¡Rabia! ¡Rabia! ¡Veinte horas de rabia! 5
¡Rabia multiplicada!
La cabeza en Babia
y una mueca en la cara cansada...
Cuatro idiotas, calzados, vestidos,
¡y todavía vivos! 10
...en fin...
los pinte en su vida sin vida
esto: ¡nunca tuvieron noticia
de la muerte de Lenin!
Monograma en el viejo escritorio 15
que eyacula tinta,
uniendo sus burocráticos poros
un nombre se pinta.
¡Rosa! Como en el viejo Colegio Nacional
también aquí tu cifra fue grabada, 20
pero allá era sentimental
aquí es una puteada...
El patrón, un mastodonte:
cuello, cinco vueltas de grasa,
alma negra de polizonte, 25
chacal desjarretado
por el reumatismo,
tabla rasa
del mimetismo.
Yo no puedo concebir 30
que este hombre fue niño alguna vez,
lo ha debido parir
el espíritu precito de algún Juez.
El odio es una cisterna
que me vuelve el alma negra 35
con el odio y la rabia está la terna
que mi desesperación íntegra.
¡Cómo han mutilado mis ilusiones!
¡Cómo han deshecho a mi optimismo!
Han abierto el grifo oscuro de las cavilaciones 40
y me han perdido de mí mismo.
¡Mamá!, ¡mamá!, ¡mamá!
¡Oh! el grito tenaz, el grito húmedo
de lágrimas subterráneas... ya
estoy haciendo números... 45
No la poesía de las cifras aladas;
son números con la cola entre las piernas,
son números burgueses, no sirven para nada,
pero no insultan ¡no hablan, no humillan...!
Oh, el firulete que les hago, 50
¡son tiernas caricias!
¡Diez horas!, ¡diez horas de almacén!
¡Mamá, mamá, mamá!,
como cuando me llevaron pupilo a la escuela,
¿recuerdas?, ¡fuiste tan buena!, 55
¡oíste mi grito infantil!
¡Ahora es ronco y cómicamente varonil
pero es más triste... ¡Mamá!
¡Llévame de aquí!
Poema perteneciente a la obra La musa de la mala pata
Tres poemas de Raúl González Tuñón
JUANSITO CAMINADOR
murió en un lejano puerto-
El prestidigitador
poca cosa deja al muerto.
Terminada su función
-canción, paloma y baraja-
todo cabe en una caja,
todo, menos la canción.
Ponle luto a la pianola,
al conejito, a la estrella,
al barquito, a la botella,
al botellón, a la bola.
Música de barracón
-canción, baraja y paloma-
flor de campo sin aroma
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.
Su prestidigitación
-canción, paloma y baraja-
el tiempo humilla y ultraja,
Todo, menos la canción.
Mucha muerte a poca vida,
que lo entierre de una vez
la reina del ajedrez
y un poeta lo despida.
Truco mágico, ilusión,
-canción, baraja y paloma-
que todo en broma se toma,
todo, menos la canción.
CASA DE REMATE
Armatostes insignes! Todavía maduros,
cuánta vida a su orilla es hoy podrida muerte,
cementerio de gestos y voces y cenizas.
Armarios, mesas, cómodas, sillones,
que fueron vegetal estremecido,
aserradero y éxtasis.
Guardaron los secretos familiares,
como animales fieles y callados y lentos
¡compresivos!
El hogar, la provincia,
el adorno de los candelabros,
la represión sexual
y el deseo de los daguerrotipos.
Y cuántas frases célebres,
cuántos niños prodigio con violines,
cuánta vajilla fallecida,
cuánto termómetro,
cuánta carta con noticias que un tiempo conmovieron,
cuánto viaje que nunca realizaron
porque, a lo sumo, con los cuadros cirios
ardiendo todavía, alguien que sale,
alguien a quien se llevan
hacia la soledad y los gusanos,
hacia la nada activa.
Algo de abandonadas estaciones,
algo de teatro clausurado,
algo de recepción deshabitada,
algo de espectro real, concreto espanto,
y de naufragio sin naufragio.
DESPUÉS DE LA MUDANZA
EL NIÑO triste mira con asombro
el patio donde había cielo.
La marca que dejó en el muro
la fotografía de la boda.
El sitio donde estuvo el piano
(su música, como la lluvia).
La ventana donde el otoño
daba su luz a los malvones.
¿Y cómo la verá un día,
vaga, distante, en el recuerdo?
La carta que cayó del mueble
como una hoja del tiempo.
Para saber más de González Tuñón se puede visitar el sitio www.elortiba.org,
aquí también se pueden oír algunos de sus poemas musicalizados y su propia voz contando anécdotas de su vida.
murió en un lejano puerto-
El prestidigitador
poca cosa deja al muerto.
Terminada su función
-canción, paloma y baraja-
todo cabe en una caja,
todo, menos la canción.
Ponle luto a la pianola,
al conejito, a la estrella,
al barquito, a la botella,
al botellón, a la bola.
Música de barracón
-canción, baraja y paloma-
flor de campo sin aroma
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.
Su prestidigitación
-canción, paloma y baraja-
el tiempo humilla y ultraja,
Todo, menos la canción.
Mucha muerte a poca vida,
que lo entierre de una vez
la reina del ajedrez
y un poeta lo despida.
Truco mágico, ilusión,
-canción, baraja y paloma-
que todo en broma se toma,
todo, menos la canción.
CASA DE REMATE
Armatostes insignes! Todavía maduros,
cuánta vida a su orilla es hoy podrida muerte,
cementerio de gestos y voces y cenizas.
Armarios, mesas, cómodas, sillones,
que fueron vegetal estremecido,
aserradero y éxtasis.
Guardaron los secretos familiares,
como animales fieles y callados y lentos
¡compresivos!
El hogar, la provincia,
el adorno de los candelabros,
la represión sexual
y el deseo de los daguerrotipos.
Y cuántas frases célebres,
cuántos niños prodigio con violines,
cuánta vajilla fallecida,
cuánto termómetro,
cuánta carta con noticias que un tiempo conmovieron,
cuánto viaje que nunca realizaron
porque, a lo sumo, con los cuadros cirios
ardiendo todavía, alguien que sale,
alguien a quien se llevan
hacia la soledad y los gusanos,
hacia la nada activa.
Algo de abandonadas estaciones,
algo de teatro clausurado,
algo de recepción deshabitada,
algo de espectro real, concreto espanto,
y de naufragio sin naufragio.
DESPUÉS DE LA MUDANZA
EL NIÑO triste mira con asombro
el patio donde había cielo.
La marca que dejó en el muro
la fotografía de la boda.
El sitio donde estuvo el piano
(su música, como la lluvia).
La ventana donde el otoño
daba su luz a los malvones.
¿Y cómo la verá un día,
vaga, distante, en el recuerdo?
La carta que cayó del mueble
como una hoja del tiempo.
Para saber más de González Tuñón se puede visitar el sitio www.elortiba.org,
aquí también se pueden oír algunos de sus poemas musicalizados y su propia voz contando anécdotas de su vida.
LA INÚTIL DISCUSIÓN DE BOEDO Y FLORIDA
(Por Jorge Luis Borges)
La diputación de Boedo y Florida fue motivo de sorna para los más, de traviesa o malhumorada belicosidad para los empeñados en ella, y de tranquila consideración póstuma para alguno, que esta vez soy yo.
Rememoro el caso. Básteme señalar, en socorro del olvidadizo o desentendido lector, que allá por los inverosímiles días de la nueva sensibilidad guerrearon dos facciones literarias en Buenos Aires, y que la primera se dijo ser de Boedo y que a la segunda le dijeron ser de Florida.
Paso sobre algún accidente, por ejemplo, sobre el arriba mencionado, de que los de Florida debieron esa cortesana designación a una habilidad de sus adversarios, que les consiguieron, así, toda la disponible malquerencia demagógica de los mirones, y busco lo esencial. El dilema, como se entenderá, no es ficticio, y puede rebasar los círculos angostísimos que lo plantearon. La expresión argentina es una verdad no dudable - no sé si todavía de nuestro querer o ya de lo real-, y es lícito inquirir si Boedo o Florida, si lo popular o lo educado, han sido más fundamentales en ella.
Así considerado, el tema es de tan evidente significación, que no precisaré disculparme más de encararlo, sino de no atribuirle densos volúmenes. Empiezo por la discusión de los símbolos. Sospecho que fueron elegidos sin mayor conciencia y que se atendió más bien a un contraste grueso y de todos visible que a una precisa y delicada figuración de ambas maneras de arte. Florida, calle del desocupado paseo y de los saludos, no parece tener vocación de símbolo de una actividad literaria. Es calle para el "vacuus viator" de Juvenal, vacuo no tanto de moneda nacional como de zozobras, según la buena voluntad y la buena latinidad lo requieren.
Es calle de contemplación y de tránsito, no de realización. Además, la sola contribución de esa rambla al arte argentino, es de carácter desconcertadamente boedista. Aludo a las populosas representaciones de Juan Moreyra en la temporada 1890-1891, en el Jardín Florida, casi enfrente de la casa de Paraguay, donde serán propuestos, treinta cargados años después, los borradores de otro ya más antiguo y más sufrido destino gaucho: el de don Segundo. Esos percances de la distinción de Florida no son accidentales, según espero demostrarlo después. Boedo, como adverso símbolo de suburbio, es todavía menos afortunado. Boedo y San Juan, con su crasa conversión al ideal burgués, con la espesa guarangada de sus atestadas confiterías, con la iluminación lucrativa de sus avisos, con la soberbia de sus casas de departamentos, no es seguramente el suburbio.
Menos quiero avenirme a pensar que sea la realizada aspiración de Almagro o de San Cristóbal; las finas calles de barrio que son interrumpidas por Boedo no pueden entenderla o desearla: son ya perfectas en su género de felicidad sin escándalo, de modestia valiente. Triunvirato misma, que es una suerte de repetición de Boedo y que abunda en un parejo afán mercantil, me parece menos arrepentida de su suburbio. Triunvirato -pese al cinematógrafo noticioso y a las efusiones desagradables, aunque para mí sobrenaturales, de la radiotelefonía- cuida todavía sus glorietas de payadores, y la guitarra es sentenciosa en esas glorietas. (Es que Triunvirato se lleva mejor con Villa Crespo que Boedo con Almagro).
Pero el más adecuado símbolo de suburbio sería alguna calle predestinada a subalternidad y a distancia, alguna calle con mirada de pampa y tapiales claros, no el centro de un distrito. Sin embargo, la ascendencia o justificación de los símbolos es lo de menos; lo importante es su aceptación. Aceptemos, pues, esta simbología ocasional de Florida y Boedo, entendiendo por ésta los elementos plebeyos o, con mayor cortesía, los populares, y por aquélla los cultos. (Obsérvese, lateralmente, a la materia general de esta discusión, que al establecerse el caso dilemático de "civilización" o "barbarie", el criollismo era el encargado de la barbarie. Ahora, en esta mínima escaramuza actual de Boedo y Florida, el criollismo está con los de Florida, y la civilización, el entrevero inmigratorio, con los de Boedo.) (?)
* Diario La Prensa, Buenos Aires, 30-09-1928
La diputación de Boedo y Florida fue motivo de sorna para los más, de traviesa o malhumorada belicosidad para los empeñados en ella, y de tranquila consideración póstuma para alguno, que esta vez soy yo.
Rememoro el caso. Básteme señalar, en socorro del olvidadizo o desentendido lector, que allá por los inverosímiles días de la nueva sensibilidad guerrearon dos facciones literarias en Buenos Aires, y que la primera se dijo ser de Boedo y que a la segunda le dijeron ser de Florida.
Paso sobre algún accidente, por ejemplo, sobre el arriba mencionado, de que los de Florida debieron esa cortesana designación a una habilidad de sus adversarios, que les consiguieron, así, toda la disponible malquerencia demagógica de los mirones, y busco lo esencial. El dilema, como se entenderá, no es ficticio, y puede rebasar los círculos angostísimos que lo plantearon. La expresión argentina es una verdad no dudable - no sé si todavía de nuestro querer o ya de lo real-, y es lícito inquirir si Boedo o Florida, si lo popular o lo educado, han sido más fundamentales en ella.
Así considerado, el tema es de tan evidente significación, que no precisaré disculparme más de encararlo, sino de no atribuirle densos volúmenes. Empiezo por la discusión de los símbolos. Sospecho que fueron elegidos sin mayor conciencia y que se atendió más bien a un contraste grueso y de todos visible que a una precisa y delicada figuración de ambas maneras de arte. Florida, calle del desocupado paseo y de los saludos, no parece tener vocación de símbolo de una actividad literaria. Es calle para el "vacuus viator" de Juvenal, vacuo no tanto de moneda nacional como de zozobras, según la buena voluntad y la buena latinidad lo requieren.
Es calle de contemplación y de tránsito, no de realización. Además, la sola contribución de esa rambla al arte argentino, es de carácter desconcertadamente boedista. Aludo a las populosas representaciones de Juan Moreyra en la temporada 1890-1891, en el Jardín Florida, casi enfrente de la casa de Paraguay, donde serán propuestos, treinta cargados años después, los borradores de otro ya más antiguo y más sufrido destino gaucho: el de don Segundo. Esos percances de la distinción de Florida no son accidentales, según espero demostrarlo después. Boedo, como adverso símbolo de suburbio, es todavía menos afortunado. Boedo y San Juan, con su crasa conversión al ideal burgués, con la espesa guarangada de sus atestadas confiterías, con la iluminación lucrativa de sus avisos, con la soberbia de sus casas de departamentos, no es seguramente el suburbio.
Menos quiero avenirme a pensar que sea la realizada aspiración de Almagro o de San Cristóbal; las finas calles de barrio que son interrumpidas por Boedo no pueden entenderla o desearla: son ya perfectas en su género de felicidad sin escándalo, de modestia valiente. Triunvirato misma, que es una suerte de repetición de Boedo y que abunda en un parejo afán mercantil, me parece menos arrepentida de su suburbio. Triunvirato -pese al cinematógrafo noticioso y a las efusiones desagradables, aunque para mí sobrenaturales, de la radiotelefonía- cuida todavía sus glorietas de payadores, y la guitarra es sentenciosa en esas glorietas. (Es que Triunvirato se lleva mejor con Villa Crespo que Boedo con Almagro).
Pero el más adecuado símbolo de suburbio sería alguna calle predestinada a subalternidad y a distancia, alguna calle con mirada de pampa y tapiales claros, no el centro de un distrito. Sin embargo, la ascendencia o justificación de los símbolos es lo de menos; lo importante es su aceptación. Aceptemos, pues, esta simbología ocasional de Florida y Boedo, entendiendo por ésta los elementos plebeyos o, con mayor cortesía, los populares, y por aquélla los cultos. (Obsérvese, lateralmente, a la materia general de esta discusión, que al establecerse el caso dilemático de "civilización" o "barbarie", el criollismo era el encargado de la barbarie. Ahora, en esta mínima escaramuza actual de Boedo y Florida, el criollismo está con los de Florida, y la civilización, el entrevero inmigratorio, con los de Boedo.) (?)
* Diario La Prensa, Buenos Aires, 30-09-1928
Mito y realidad del grupo "Martín Fierro"
(por Nicolás Olivari)
Creo que ninguna generación literaria ha tenido la actuación casi permanente de una vigencia tan efectiva como la del grupo de la revista Martín Fierro. Historiar su origen o formación o alineación, es asunto un poco confuso, dado el tiempo transcurrido. Por otra parte, hay una amplia bibliografía sobre esos movimientos (Boedo-Florida) que configuran su mito y su realidad. Lo que puedo intentar aquí -como testigo físico de los llamados movimientos de Boedo y Florida- es aportar algunas experiencias vividas. Sin literatura. Apenas con un cierto afán cronológico. Periodístico de información.
Me duele no dar nombres, salvo los imprescindiblemente necesarios, porque podría cometer olvidos lamentables con buenos amigos. Pero debo decir, para su ubicación terminante, que el grupo Boedo, el primero que conocí fue capitaneado resueltamente por Leonidas Barletta, que era el más agresivo, e integrado por Elías Castelnuovo, Alvaro Yunque, Lorenzo Stanchina, Gustavo Riccio, muerto prematuramente, y algunos más de cuyos nombres no me acuerdo mucho. En el grupo Martín Fierro -no doy fechas porque no las ubico- el más estentóreo era Oliverio Girondo; el aglutinador, Evar Méndez; diría: ejecutivo o de relaciones públicas.
El grupo Boedo se reunía en la calle Boedo, casi esquina San Ignacio, una cortada de parrafadas electorales, en una humilde librería, propiedad de Francisco Munner, un catalán pintoresco y bondadoso. A los fondos crujían las viejas linotipos de Lorenzo Rañó, impresor de toda la literatura social de la época. Se editaban Los Pensadores, una colección de defectuosas traducciones de escritores rusos y otros autores de izquierda. Pequeños y sustanciosos tomitos de versos y una serie tremenda de novelas realistas, a veces pornográficas, para acentuar la diferencia con la prosa amerengada de La Novela Semanal. Estas ediciones, hoy inhallables, serían disputadas a peso de oro por los bibliófilos.
En ese tiempo hasta llegó a escribir su novelita el hoy crítico de cine Chas de Cruz, apenas adolescente, con un titulo que se las traía: El burdel de la judía. Los revendedores de toda esa faramalla eran los hermanos Rubli, actuales poderosos encargados de la reventa de Radiolandia, Vosotras, Goles, el Tony, Ahora, etc. Estos, entonces acometedores muchachos, fueron la salvación de nuestra bohemia, porque nos pagaban, ¡increíble!, por lo que escribíamos. En este grupo figuraban además los pintores Arato, Vigo, Facio Hebequer y el escultor Riganelli.
Boedo había trazado su formula de acción de la que no se apeaba. El slogan era: “El arte por el pueblo”. Formula simplista y tan vaga como nuestra supuesta ignorancia en la materia. Recuerdo -ésta crónica no puede ser sino recuerdos- que entonces publiqué mi primer libro de versos, o lo que fueran, en 1924, titulado La amada infiel, en contraste irónica con La amada infiel, de Amado Nervo, que hacía estragos en la juventud y en las modistillas. Lo editó Rañó, y no recuerdo haberle pagado nunca.
Mi libro era irónico, desenfadado, hiriente. Cuándo vieron los primeros ejemplares, parece que se reunió el cónclave director del grupo y dictaminaron que yo estaba “fuera de la cuestión” ¿Por qué? Me había atrevido a decir en un poema: “mi loco cardumen que anda en parranda- con Theodore de Bainville”, y esto otro: … “el son sonoro del viejo piano”. Se indignaron, y en cierto modo me consideraron traidor al movimiento y me expulsaron sin más. Me dolió; tenía la ingenuidad de los poco más de veinte años y admiraba ciegamente a mis censores. Como en el tango, salí a la calle desconcertado, y dio la casualidad que me encontré en la puerta de la librería con Raúl González Tuñón, quien había leído mi libro y le gustaba. Me abrazó, y al saber de mi cuita ya tuteándome, me dijo; “No importa, Te llevo a Florida”… Y así fue.
El grupo Florida, ya en plena efervescencia, funcionaba en el estudio del doctor Maglione, en la calle Viamonte. Allí me encontré con la acogida cariñosa, sencilla , fraternal diría de Evar, de Oliverio Girondo, de Marechal, de Borges, de Fijman, de Zía, de Molinari, de Enrique González Tuñon, que sería luego mi íntimo amigo, de Galtier, del afectuosísimo Ricardo Güiraldes y para mi asombro, con la bondad infinita del gran Macedonio. Me hice asiduo a las reuniones. Oliverio tan lleno de vida era tumultuoso y activo. Evar, reflexivo y constructivo. Entraban y salían Paco Luis Bernardez, Amado Villar, Pedro Juan Vignale, César Tiempo, Sixto Pondal Ríos, Ulyses Petit de Murat, RobertoArlt, Norah Lange y tantos otros. Roberto Mariani, finísimo espíritu equidistante, oficiaba de diplomático componedor entre Boedo y Florida . Porqué no nos odiábamos. Nos tolerábamos o nos sufríamos. Lo que caracterizó un poco el distanciamiento de ambos grupos fueron los famosos “epitafios” en los que a veces caía en la redada alguien de Boedo. Eso fue todo o casi todo. Los autores de los epitafios eran muchos pero sobresalieron por su humor candente los de Nalé Roxlo y los de Ernesto Palacio, que aún hoy, cuarenta años después, se citan y recitan en toda ocasión. Algunos fueron ciertamente mortales para postizos marbetes intelectuales.
En el periódico Martín Fierro cabía todo o casi todo. La brevedad obligada de esta nota, que no quiere ser histórica, me mueve a no alargarme. Rápidamente anoto que Martín Fierro estruendosamente al gran Ramón Gómez de la Serna, al músico Ansermet, y con un afilado estilo de cachada porteña al simpático e imperturbable F. T. Marinetti. Fueron años gloriosos de risas, humor, y entreveros. Contagiados por la trascendencia popular del periódico - popular, digo, porque se llegaron a vender veinte mil ejemplares-, aparecieron revistas colaterales, claro que sin su humor y sin su desenfado.
Recuerdo Proa, con Brandan Caraffa y Rojas Paz; Inicial con Ortelli, Síntesis, con el que fuera el intendente municipal de Buenos Aires, Dr. Carlos Noel: el mismo a quien Evar Mendez, nunca supe por qué, endilgó un romance o algo así, tremebundo y jocoso, que se titulaba Al chocolatero que está en la Intendencia. Por los aires sureños apareció Campana de Palo, del persistente grupo Boedo, con más palos que somatenes.
Nuestra juventud desemboca en tenidas gastronómicas de locura. Recuerdo el banquete que se dio (¿dimos?) en la Rural, a Ricardo Güiraldes, que acababa de publicar su Don Segundo Sombra.
Existe una foto, que si ya es historia, de sobremesa. Puede verse a toda la plana de Martín Fierro allí, a la sombra ya venerable de Juan Pablo Echagüe, Guillermo Korn, Manuel Galvez, Nerio Rojas y tantos otros. El gráfico documento que nos reunió fue reproducido innumerables veces, en cada oportunidad en que se habla de nuestra generación.
Entonces se escribía, se polemizaba, se discutía, se peleaba. Contra la partida, según el famoso manifiesto que redactó Oliverio. Nos ensartamos a la vez en una homérica polémica con jóvenes escritores y poetas españoles, quienes sostenían que un “meridiano intelectual” único, latino-americano. pasaba por Madrid. Nosotros les encajamos de prepotencia un meridiano de Buenos Aires, y su tango. Hasta le dimos un banquete a nuestro rezo ciudadano. Recuerdo, con orgullosa emoción, que Ricardo Güiraldes lo bailó con primorosos cortes de ciudadanía porteña. ¿Y qué más? Mucho más que la tristeza de los años idos me obliga a callar. Si no fuera bajamente sentimentaloide agregaría: para no llorar. La mayoría de los jóvenes que hicieron Martín Fierro eran entonces, a la vez, redactores del diario Crítica. Allí bajo el ala protectora de Don Natalio Botana y la sonrisa esquinera del Malevo Muñoz. continuamos el tiroteo. Hasta que …¿llegó el tiempo de la pausa? No sé. Lo que sí sé es que nuestra generación, por casualidad, oportunidad buscada y merecimiento hoy innegable, llenó un vacío existente en la literatura argentina, desde el año veinte al treinta más o menos, con poemas, prosas, ensayos, estudios. Todo entre bromas y carcajadas, pero con una autenticidad y una seriedad de trabajo, inspiración y propósitos que han hecho que decir todavía hoy “la generación de Martín Fierro “, obliga tanto al pasmo como a la atención.
Revista Testigo (número 2, 1966, Buenos Aires)
Creo que ninguna generación literaria ha tenido la actuación casi permanente de una vigencia tan efectiva como la del grupo de la revista Martín Fierro. Historiar su origen o formación o alineación, es asunto un poco confuso, dado el tiempo transcurrido. Por otra parte, hay una amplia bibliografía sobre esos movimientos (Boedo-Florida) que configuran su mito y su realidad. Lo que puedo intentar aquí -como testigo físico de los llamados movimientos de Boedo y Florida- es aportar algunas experiencias vividas. Sin literatura. Apenas con un cierto afán cronológico. Periodístico de información.
Me duele no dar nombres, salvo los imprescindiblemente necesarios, porque podría cometer olvidos lamentables con buenos amigos. Pero debo decir, para su ubicación terminante, que el grupo Boedo, el primero que conocí fue capitaneado resueltamente por Leonidas Barletta, que era el más agresivo, e integrado por Elías Castelnuovo, Alvaro Yunque, Lorenzo Stanchina, Gustavo Riccio, muerto prematuramente, y algunos más de cuyos nombres no me acuerdo mucho. En el grupo Martín Fierro -no doy fechas porque no las ubico- el más estentóreo era Oliverio Girondo; el aglutinador, Evar Méndez; diría: ejecutivo o de relaciones públicas.
El grupo Boedo se reunía en la calle Boedo, casi esquina San Ignacio, una cortada de parrafadas electorales, en una humilde librería, propiedad de Francisco Munner, un catalán pintoresco y bondadoso. A los fondos crujían las viejas linotipos de Lorenzo Rañó, impresor de toda la literatura social de la época. Se editaban Los Pensadores, una colección de defectuosas traducciones de escritores rusos y otros autores de izquierda. Pequeños y sustanciosos tomitos de versos y una serie tremenda de novelas realistas, a veces pornográficas, para acentuar la diferencia con la prosa amerengada de La Novela Semanal. Estas ediciones, hoy inhallables, serían disputadas a peso de oro por los bibliófilos.
En ese tiempo hasta llegó a escribir su novelita el hoy crítico de cine Chas de Cruz, apenas adolescente, con un titulo que se las traía: El burdel de la judía. Los revendedores de toda esa faramalla eran los hermanos Rubli, actuales poderosos encargados de la reventa de Radiolandia, Vosotras, Goles, el Tony, Ahora, etc. Estos, entonces acometedores muchachos, fueron la salvación de nuestra bohemia, porque nos pagaban, ¡increíble!, por lo que escribíamos. En este grupo figuraban además los pintores Arato, Vigo, Facio Hebequer y el escultor Riganelli.
Boedo había trazado su formula de acción de la que no se apeaba. El slogan era: “El arte por el pueblo”. Formula simplista y tan vaga como nuestra supuesta ignorancia en la materia. Recuerdo -ésta crónica no puede ser sino recuerdos- que entonces publiqué mi primer libro de versos, o lo que fueran, en 1924, titulado La amada infiel, en contraste irónica con La amada infiel, de Amado Nervo, que hacía estragos en la juventud y en las modistillas. Lo editó Rañó, y no recuerdo haberle pagado nunca.
Mi libro era irónico, desenfadado, hiriente. Cuándo vieron los primeros ejemplares, parece que se reunió el cónclave director del grupo y dictaminaron que yo estaba “fuera de la cuestión” ¿Por qué? Me había atrevido a decir en un poema: “mi loco cardumen que anda en parranda- con Theodore de Bainville”, y esto otro: … “el son sonoro del viejo piano”. Se indignaron, y en cierto modo me consideraron traidor al movimiento y me expulsaron sin más. Me dolió; tenía la ingenuidad de los poco más de veinte años y admiraba ciegamente a mis censores. Como en el tango, salí a la calle desconcertado, y dio la casualidad que me encontré en la puerta de la librería con Raúl González Tuñón, quien había leído mi libro y le gustaba. Me abrazó, y al saber de mi cuita ya tuteándome, me dijo; “No importa, Te llevo a Florida”… Y así fue.
El grupo Florida, ya en plena efervescencia, funcionaba en el estudio del doctor Maglione, en la calle Viamonte. Allí me encontré con la acogida cariñosa, sencilla , fraternal diría de Evar, de Oliverio Girondo, de Marechal, de Borges, de Fijman, de Zía, de Molinari, de Enrique González Tuñon, que sería luego mi íntimo amigo, de Galtier, del afectuosísimo Ricardo Güiraldes y para mi asombro, con la bondad infinita del gran Macedonio. Me hice asiduo a las reuniones. Oliverio tan lleno de vida era tumultuoso y activo. Evar, reflexivo y constructivo. Entraban y salían Paco Luis Bernardez, Amado Villar, Pedro Juan Vignale, César Tiempo, Sixto Pondal Ríos, Ulyses Petit de Murat, RobertoArlt, Norah Lange y tantos otros. Roberto Mariani, finísimo espíritu equidistante, oficiaba de diplomático componedor entre Boedo y Florida . Porqué no nos odiábamos. Nos tolerábamos o nos sufríamos. Lo que caracterizó un poco el distanciamiento de ambos grupos fueron los famosos “epitafios” en los que a veces caía en la redada alguien de Boedo. Eso fue todo o casi todo. Los autores de los epitafios eran muchos pero sobresalieron por su humor candente los de Nalé Roxlo y los de Ernesto Palacio, que aún hoy, cuarenta años después, se citan y recitan en toda ocasión. Algunos fueron ciertamente mortales para postizos marbetes intelectuales.
En el periódico Martín Fierro cabía todo o casi todo. La brevedad obligada de esta nota, que no quiere ser histórica, me mueve a no alargarme. Rápidamente anoto que Martín Fierro estruendosamente al gran Ramón Gómez de la Serna, al músico Ansermet, y con un afilado estilo de cachada porteña al simpático e imperturbable F. T. Marinetti. Fueron años gloriosos de risas, humor, y entreveros. Contagiados por la trascendencia popular del periódico - popular, digo, porque se llegaron a vender veinte mil ejemplares-, aparecieron revistas colaterales, claro que sin su humor y sin su desenfado.
Recuerdo Proa, con Brandan Caraffa y Rojas Paz; Inicial con Ortelli, Síntesis, con el que fuera el intendente municipal de Buenos Aires, Dr. Carlos Noel: el mismo a quien Evar Mendez, nunca supe por qué, endilgó un romance o algo así, tremebundo y jocoso, que se titulaba Al chocolatero que está en la Intendencia. Por los aires sureños apareció Campana de Palo, del persistente grupo Boedo, con más palos que somatenes.
Nuestra juventud desemboca en tenidas gastronómicas de locura. Recuerdo el banquete que se dio (¿dimos?) en la Rural, a Ricardo Güiraldes, que acababa de publicar su Don Segundo Sombra.
Existe una foto, que si ya es historia, de sobremesa. Puede verse a toda la plana de Martín Fierro allí, a la sombra ya venerable de Juan Pablo Echagüe, Guillermo Korn, Manuel Galvez, Nerio Rojas y tantos otros. El gráfico documento que nos reunió fue reproducido innumerables veces, en cada oportunidad en que se habla de nuestra generación.
Entonces se escribía, se polemizaba, se discutía, se peleaba. Contra la partida, según el famoso manifiesto que redactó Oliverio. Nos ensartamos a la vez en una homérica polémica con jóvenes escritores y poetas españoles, quienes sostenían que un “meridiano intelectual” único, latino-americano. pasaba por Madrid. Nosotros les encajamos de prepotencia un meridiano de Buenos Aires, y su tango. Hasta le dimos un banquete a nuestro rezo ciudadano. Recuerdo, con orgullosa emoción, que Ricardo Güiraldes lo bailó con primorosos cortes de ciudadanía porteña. ¿Y qué más? Mucho más que la tristeza de los años idos me obliga a callar. Si no fuera bajamente sentimentaloide agregaría: para no llorar. La mayoría de los jóvenes que hicieron Martín Fierro eran entonces, a la vez, redactores del diario Crítica. Allí bajo el ala protectora de Don Natalio Botana y la sonrisa esquinera del Malevo Muñoz. continuamos el tiroteo. Hasta que …¿llegó el tiempo de la pausa? No sé. Lo que sí sé es que nuestra generación, por casualidad, oportunidad buscada y merecimiento hoy innegable, llenó un vacío existente en la literatura argentina, desde el año veinte al treinta más o menos, con poemas, prosas, ensayos, estudios. Todo entre bromas y carcajadas, pero con una autenticidad y una seriedad de trabajo, inspiración y propósitos que han hecho que decir todavía hoy “la generación de Martín Fierro “, obliga tanto al pasmo como a la atención.
Revista Testigo (número 2, 1966, Buenos Aires)
Literatura argentina: grupos de Boedo y Florida
A fines del siglo XIX comenzó a reflejarse en la literatura argentina la tendencia anárquica que caracterizó a esa época de inmigración constante y de dificultades económicas. Como sucedió un siglo después con otros autores, algunas obras eran consideradas como literatura de izquierda porque señalaban las presiones soportadas por los sectores de menores recursos: obreros y desocupados, personas perseguidas cuando se organizaban para defender sus derechos.
1922: Grupo de Boedo...
Así surgió en 1922 el denominado Grupo de Boedo que tuvo como padrino a Nicolás Olivari (quien fue uno de los primeros en alejarse), ya que según lo expresado por Elías Castelnuovo en 1930:
“...a él se debe la promoción del grupo. Porque él me buscó a mí y a Barletta y entre los tres lo fundamos.”
Boedo y Florida...
En el diario La Prensa, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, más conocido como Jorge Luis Borges, refiriéndose a esa agrupación y al Grupo de Florida, escribió “que la primera se dijo ser de Boedo y que a la segunda le dijeron ser de Florida” destacando que “los de Florida debieron esa cortesana designación a una habilidad de sus adversarios”. En realidad, lo expresado por Castelnuovo a fines de la década del ’20 explica tal circunstancia: “...yo bauticé a los de Florida. Los de Florida se llamaron así porque así le pusimos nosotros. Ni siquiera los dejamos escoger nombre...”
Una anécdota aproxima a la interpretación de las relaciones entre ambos grupos ya que “Alberto Pinetta recuerda en su libro Verde memoria que fue el editor Antonio Zamora el de la ‘feliz ocurrencia’, cuando, de acuerdo con Castelnuovo, mandó ‘pintar un enorme letrero’ que contenía esta lacónica pero significativa inscripción: Boedo contra Florida.
El humorista Arturo Cancela propuso una vez fusionar ambos grupos bajo la común e híbrida denominación de Escuela de la calle Floredo”, aludiéndose así a la céntrica calle porteña donde se manifestaba la influencia del estilo de vida en las capitales europeas, en contraste con el barrio de Boedo, con sencillas viviendas de obreros e insoslayables signos de carencias...
1924: Disidencias e intentos fallidos...
El 25 de julio de 1924, Roberto Mariani publicó en el periódico “Martín Fierro” una carta abierta titulada Martín Fierro y yo. Enseguida se generó la reacción del grupo de Boedo con vehementes polémicas. En ese tiempo, Jorge Luis Borges ya había puesto en marcha la edición de la revista Proa (2ª época, primer número publicado en agosto de 1924) y eran codirectores Alfredo Brandán Caraffa, Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz. Aparentemente desde Proa pretendieron “crear un ‘frente único’ entre las distintas tendencias de la misma generación”.
1925: opiniones contundentes...
Un año después, en la revista La Campana de Palo - Quincenario de actualidades, crítica y arte-, afirmaron: “...Pasemos al otro grupo, al de Boedo. No existe sencillamente. Todo él queda reducido a dos nombres: Castelnuovo y Barletta... un escritor no hace grupo. Boedo no existe.”
“En enero de 1926, el nº 117 de Los Pensadores publica un editorial titulado ‘Nosotros y ellos’, que implica la más clara definición del grupo de Boedo y debe considerarse como su manifiesto: ‘La cuestión empezó en Florida y Boedo. El nombre o la designación es lo de menos. Tanto ellos como nosotros sabemos que hay algo más profundo que nos divide. Una serie de causas fundamentales fomentaron la división. Excluidos los nombres de calles y personas, quedamos en pie lo mismo, frente a frente, ellos y nosotros. Vamos por caminos completamente distintos en lo que concierne a la orientación literaria; pensamos y sentimos de una manera distinta. Repitamos que ellos carecen de verdaderos ideales. Fuera del presunto ideal de la literatura, no tienen otro ideal. La literatura no es un pasatiempo de barrio o de camorra, es un arte universal cuya misión puede ser profética o evangélica”.
“En agosto de 1926, Jorge Luis Borges afirmaba que ‘demasiado se conversó de Boedo y Florida, escuelas inexistentes”; pero “en 1928, en un artículo publicado en La prensa titulado ‘La inútil discusión de Boedo y Florida’, más allá de sus conclusiones... parece aceptar la existencia de los dos grupos y su polémica.”
Cerca del ocaso...
Durante la presidencia del doctor Marcelo Torcuato de Alvear, “mientras el radicalismo es una nueva versión del liberalismo, los intelectuales de izquierda y de derecha cuestionan al liberalismo, pero sin superar sus propias limitaciones de origen pequeño burgués. La falta de tensiones con que la realidad es aprehendida, hace posible la eventual lenidad y transigencia de las posturas y la permeabilidad de los grupos enemigos. Además, en la camaradería sin distingos del oficio se trata de paliar la soledad de los escritores en una sociedad mercantilizada que los posterga inexorablemente”, escribió el profesor Carlos Giordano a mediados de la década del sesenta.
Discusiones necesarias...
En las declaraciones de Castelnuovo de 1930, aparece esta afirmación: ‘tanto Boedo como Florida sirvieron de pretexto para iniciar una discusión que por entonces era necesaria. Muerta la discusión, ambos grupos pasaron a la historia’.
Esta afirmación resulta un tanto exagerada, pero de todos modos subraya una circunstancia muy peculiar que permitirá luego llegar a conclusiones importantes: más que definirse por sí mismos, los dos grupos, en particular el de Boedo, se definen por oposición de uno respecto del otro.
Allí se apoya esa extraña dependencia mutua y la constante necesidad de ‘tenerse en cuenta’ que a veces ha sorprendido a los críticos e historiadores de nuestra literatura.
Ya en 1924 Barletta había redactado (llevaba las firmas de Barleta y Olivari) un cartel que tenía por título “¿Con Gálvez o con Martínez Zuviría? Este cartel se pegó por las calles y -entre otras cosas- decía: ‘Hacemos realismo porque tenemos la convicción de que la literatura para el pueblo debe ser sincera, valiente; debe contener la nota agria de la verdad dicha sin limitaciones y el sollozo sordo de la miseria y del dolor”. Anunciaban su propia revista ‘donde los escritores que hicieran sano realismo enfrentarán a los que viven de la literatura falsa, romántica y hueca’. Esta especie de manifiesto terminaba así: ‘Nuestro lema es continuar haciendo la revolución en los espíritus. A la literatura de Martínez Zuviría, que falsea la vida y el amor, le contraponemos la obra del gran novelista Manuel Gálvez, y de Héctor Pedro Blomberg, Juan Pedro Calou, Olivera Lavié y de un sinnúmero de escritores audaces y valientes que han querido decir su pequeña o grande verdad. Como vemos: una definición por oposición a un contrario cuyos defectos sirven como punto de partida para estructurar en líneas muy generales un programa diferente y mejor. Claro que este proceder no es privativo de este solo movimiento literario; no otra cosa hicieron los de Florida respecto del modernismo y del sencillismo.”
Sabido es que a fines de 1927 ya no se editó el periódico Martín Fierro y en consecuencia, era insoslayable la disolución del grupo de Florida así como en los años siguientes tampoco se manifestaba el grupo de Boedo.
En la década del ’60, el profesor Carlos R. Giordano destacó que “el año 1930 marca... algo así como la irrupción en la Argentina de la tremenda crisis... También reiteró que “Florida persiguió la renovación puramente artística, en tanto Boedo buscó la transformación social, concibiendo la literatura como un instrumento para lograr esos fines. Es también posible reducir estos dos reformismos a la general “expresión del fracaso y de la soledad espiritual de las capas medias urbanas”... En consecuencia, insiste en que “el golpe del 6 de setiembre sorprendió a los escritores de Boedo tanto como a los martinfierristas. Si habían carecido de conceptos críticos capaces de prever los acontecimientos, era lógico que en un primer momento tampoco pudieran interpretar la magnitud y complejidad de lo que ocurría. El antirradicalismo de Boedo lo precipitó, como afirma Adolfo Prieto en Literatura y subdesarrollo a ‘una imposible luna de miel con la reacción que truncó al gobierno de Irigoyen’; cierto que esta ‘luna de miel’ duró poco, pero ello no la hace menos significativa”. Siguiendo las conclusiones del profesor Carlos Giordano:
Legado de escritores de Boedo...
Si quieren leer algunos textos de los escritores de Boedo...
Nicolás Olivari fue quien convocó a narradores y poetas para integrar ese grupo literario y aunque fue el primero en alejarse, es oportuno que sean sus versos los que inician esta recopilación.
La costurerita que dio aquel mal paso.
“La costurerita que dio aquel mal paso
y lo peor de todo sin necesidad...”
bueno, lo cierto del caso
es que no le ha ido del todo mal.
Tiene un pisito en un barrio apartado,
un collar de perlas y un cucurucho
de bombones; la saluda el encargado
y ese viejo, por cierto, no la molesta mucho.
¡Pobre la costurerita que dio el paso malvado!
Pobre si no lo daba... que aún estaría,
si no tísica del todo, poco le faltaría.
Ríete de los sermones de las solteras viejas;
en la vida, muchacha, no sirven esas consejas,
porque, piensa ¿si te hubieras quedado?
Nicolás Olivari.
De La amada infiel.
Balada de la oficina
Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. El sol está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con los fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se le siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú, entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; todo, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humillas, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas, ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra; así tendrás la certeza -que dará paz a tu espíritu, de obtener todos los días pan para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo te daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno y no desgarres las prescripciones que tú sabes; jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es un Deber.) Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero eso sí; nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa -voluntariosa sobre todo-, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal exacta precisa matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran se derrumbaría la disciplina y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas cansando tus músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún rendimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago; te visto; te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegas a mí yo te abriré mi seno de madre; después si no te has muerto tísico te daré la jubilación.
Entonces gozarás del sol y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!
Roberto Mariani.
Cuentos de la oficina
Delirio materno
-Mama –dijo Mario, ¿le llevo el perrito al doctor Cucaracha?
-No; todavía no, he dicho. Cuando el animalito tenga unos días más entonces se lo llevamos.
-Pero hoy, indicó don Pedro, con estudiada indiferencia- puedo ir a tirar la perrita en la laguna.
-¿No se le puede dejar un par de días a la madre? –saltó doña María.
-Es peor, el animal se acostumbra y después ¿quién la saca? Doña Matilde dice, además, que la Valentina se puede enfermar con tantos cachorros.
¡Oh!, doña Matilde, ésa también es buena...
El hombre se rascó la cabeza y dijo:
-Pero decime un poco: ¿qué vas a hacer con tantos perros?
(De veras; ¿qué ocurrirá el día que los perros sean más buenos que los hombres?)
-Bueno, bueno; entonces mejor s no tener nada. Si son gallinas, vuelta a vuelta se las roban. Cuando uno empieza a agarrarles cariño, entra un sinvergüenza y las pone en la bolsa. Me gustaría encontrarme una noche con uno de esos, cara a cara. ¡Ibas a ver lo que le decía yo!
-Pero, la perrita, ¿para qué la querés? –preguntó don Pedro. –Nadie se queda con las perritas.
Doña María se apresuró a decir:
-El de la orejita manchada se lo prometí al lavandinero; el otro, el que parece una bolita, es para el doctor Cucaracha, y los otros dos hay que dejárselos al pobre animal para que no sufra más. Cuando sean grandes, se le sacan y ya veremos quién se los lleva.
-Pero la perrita –insistió don Pedro- hay que sacársela ahora para que no la sienta. Si o el animal se va a consumir con tanta cría.
Bueno, ¡qué embromar!, hacé lo que quieras. Me gustaría que te mordiera la mano...
Don Pedro, inexorable, se puso el saco y le indicó a doña María.
-Llamala a la Valentina, así sale afuera.
La mujer tomó un plato con comida y salió de la cocina:
-Valentina... vení.. tomá...
La pobre, la cucha y vivaracha como siempre, pasó por encima de sus cachorros temblorosos, con los ojitos casi cerrados y las trompitas húmedas de leche y corrió hacia donde estaba doña María. Miró con desconfianza a Fidel, advirtiéndole con un gruñido que no debía pasar a la cocina, y empezó a husmear en el plato.
Entretanto, don Pedro buscó la perrita y la ocultó dentro de su saco.
Los tres chicos, que observaban la maniobra, preguntaron.
-Papá, ¿podemos ir a la laguna?
Y... vengan.
Valentina barruntaba el aire inquieta. Fue a darle unos lametazos a la cría y pareció no darse cuenta de la falta.
Doña María masculló entre dientes:
-Es un crimen sacarle al pobre animalito.
-Pero, ¿no ves, sonsa, que ni se da cuenta? –replicó don Pedro, aliviado.
Valentina volvió a correr hacia sus peritos que estaban debajo del aparador de la cocina, se puso sobre ellos con las patas abiertas y asomó la cabeza con una expresión de desafío. Los cachorros, al olor de la madre, buscando con afán las ubres, empezaron a mamar minuciosamente. Pero Valentina volvió a ponerse en movimiento y los perritos rodaron entre sus patas, con mimosos gemidos de protesta. La perrita fue primero a olisquear a Fidel que se quedó inmóvil, de una pieza, con una pata en el aire. Y esto a ella le bastó para conocer sus intenciones, aunque carecía del don de la palabra.
(Todos sabemos que a los retratos de Leonardo da Vinci y a los perros solo les falta hablar.)
Luego, Valentina miró con ojos lastimeros a doña María, hizo una instantánea transición, para rascarse con la pata trasera detrás de la oreja, y fue hacia don Pedro. Levantándose sobre las payas y apoyándose en las rodillas del hombre, estiró el cuello. Su hocico fino y trémulo fisgaba el aire que ceñía a don Pedro. Y ladró dos veces, con un ladrido desafinado, roto. Miró otra vez a todos y volvió agitada a oler sus cachorritos. Fidel se creó en el deber de mostrarle su adhesión con un ladrido corto.
Doña María se enfureció.
-Pero, ¿por qué no se van de una vez en lugar de hacer sufrir así a estos animales? ¿Ustedes se creen que los animales son de piedra, que o tienen corazón... eh? ¡Quiera Dios que nunca te saquen un hijo de tu lado!
Entonces don Pedro se puso sombrío y empezó a caminar, seguido de los chicos. Tomaron por el lado de las vías del tren, por un senderito tortuoso entre grandes matas de cicuta. Y uno se daba cuenta de que la tierra, con todo aquello y con uno mismo, le pertenecía en algún modo.
Mario se atrevió a decir:
-Papá, ¿me la dejás llevar un poco?
Y don Pedro, sin responder, abrió su saco y le dio la perrita. Mario apretó el montoncito sedoso y tibio contra su pecho, encajándola en su cuello y cubriéndola con el mentón.
-Papá –preguntó Alberto, en un tono mezclado de interrogación y reproche-. ¿La vas a matar?
-La va a tirar en la laguna -contestó Pedrito por él.
Ya estaban a un paso del charco. Un hornero saltaba en los cuencos que dejaban en el barro las pisadas del caballo. Un renegrido se había asentado impávido en las ancas del animal. Por encima de la triste cabezota del caballo emergía, de un cielo ceniciento, una distante estrella.
Leónidas Barletta
De Historia de Perros.
Cómo se hizo este libro
La vida
es una sucesión de pequeñeces;
aquilatar el precio de lo íntimo
eso es cosa del Arte.
En este libro
se han detenido los instantes
y las cosas minúsculas,
y se han hecho poemas;
como por esos mundos
se han detenidos los guijarros
y se han formado las montañas.
Gustavo Riccio.
De Un poeta en la ciudad.
La revelación
Veinte años hacía que Segundo Fernández
por la acera de siempre y a tal hora, lo mismo
que si fuese un autómata, caminaba al empleo,
resignado a su vida siempre igual de utensilio.
...Caminaba esa tarde cuando oyó que a su paso
una voz femenina le gritaba a nos niños:
-¡Chicos, pronto al colegio, ya es la hora que pasa
el viejito de luto, pronto, apúrense, chicos!
Y esa tarde -¡esa tarde!- comprendió la tristeza
de su vida monótona; se sintió cual vacío;
trabajó desganado; no comió, pesaroso...
¡Y esa noche en la almohada sollozó como un niño!
Álvaro Yunque
De Versos de la calle.
Lecturas y síntesis: Nidia Orbea de Fontanini.
Información extraída de www.sepaargentina.com.ar
1922: Grupo de Boedo...
Así surgió en 1922 el denominado Grupo de Boedo que tuvo como padrino a Nicolás Olivari (quien fue uno de los primeros en alejarse), ya que según lo expresado por Elías Castelnuovo en 1930:
“...a él se debe la promoción del grupo. Porque él me buscó a mí y a Barletta y entre los tres lo fundamos.”
Boedo y Florida...
En el diario La Prensa, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, más conocido como Jorge Luis Borges, refiriéndose a esa agrupación y al Grupo de Florida, escribió “que la primera se dijo ser de Boedo y que a la segunda le dijeron ser de Florida” destacando que “los de Florida debieron esa cortesana designación a una habilidad de sus adversarios”. En realidad, lo expresado por Castelnuovo a fines de la década del ’20 explica tal circunstancia: “...yo bauticé a los de Florida. Los de Florida se llamaron así porque así le pusimos nosotros. Ni siquiera los dejamos escoger nombre...”
Una anécdota aproxima a la interpretación de las relaciones entre ambos grupos ya que “Alberto Pinetta recuerda en su libro Verde memoria que fue el editor Antonio Zamora el de la ‘feliz ocurrencia’, cuando, de acuerdo con Castelnuovo, mandó ‘pintar un enorme letrero’ que contenía esta lacónica pero significativa inscripción: Boedo contra Florida.
El humorista Arturo Cancela propuso una vez fusionar ambos grupos bajo la común e híbrida denominación de Escuela de la calle Floredo”, aludiéndose así a la céntrica calle porteña donde se manifestaba la influencia del estilo de vida en las capitales europeas, en contraste con el barrio de Boedo, con sencillas viviendas de obreros e insoslayables signos de carencias...
1924: Disidencias e intentos fallidos...
El 25 de julio de 1924, Roberto Mariani publicó en el periódico “Martín Fierro” una carta abierta titulada Martín Fierro y yo. Enseguida se generó la reacción del grupo de Boedo con vehementes polémicas. En ese tiempo, Jorge Luis Borges ya había puesto en marcha la edición de la revista Proa (2ª época, primer número publicado en agosto de 1924) y eran codirectores Alfredo Brandán Caraffa, Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz. Aparentemente desde Proa pretendieron “crear un ‘frente único’ entre las distintas tendencias de la misma generación”.
1925: opiniones contundentes...
Un año después, en la revista La Campana de Palo - Quincenario de actualidades, crítica y arte-, afirmaron: “...Pasemos al otro grupo, al de Boedo. No existe sencillamente. Todo él queda reducido a dos nombres: Castelnuovo y Barletta... un escritor no hace grupo. Boedo no existe.”
“En enero de 1926, el nº 117 de Los Pensadores publica un editorial titulado ‘Nosotros y ellos’, que implica la más clara definición del grupo de Boedo y debe considerarse como su manifiesto: ‘La cuestión empezó en Florida y Boedo. El nombre o la designación es lo de menos. Tanto ellos como nosotros sabemos que hay algo más profundo que nos divide. Una serie de causas fundamentales fomentaron la división. Excluidos los nombres de calles y personas, quedamos en pie lo mismo, frente a frente, ellos y nosotros. Vamos por caminos completamente distintos en lo que concierne a la orientación literaria; pensamos y sentimos de una manera distinta. Repitamos que ellos carecen de verdaderos ideales. Fuera del presunto ideal de la literatura, no tienen otro ideal. La literatura no es un pasatiempo de barrio o de camorra, es un arte universal cuya misión puede ser profética o evangélica”.
“En agosto de 1926, Jorge Luis Borges afirmaba que ‘demasiado se conversó de Boedo y Florida, escuelas inexistentes”; pero “en 1928, en un artículo publicado en La prensa titulado ‘La inútil discusión de Boedo y Florida’, más allá de sus conclusiones... parece aceptar la existencia de los dos grupos y su polémica.”
Cerca del ocaso...
Durante la presidencia del doctor Marcelo Torcuato de Alvear, “mientras el radicalismo es una nueva versión del liberalismo, los intelectuales de izquierda y de derecha cuestionan al liberalismo, pero sin superar sus propias limitaciones de origen pequeño burgués. La falta de tensiones con que la realidad es aprehendida, hace posible la eventual lenidad y transigencia de las posturas y la permeabilidad de los grupos enemigos. Además, en la camaradería sin distingos del oficio se trata de paliar la soledad de los escritores en una sociedad mercantilizada que los posterga inexorablemente”, escribió el profesor Carlos Giordano a mediados de la década del sesenta.
Discusiones necesarias...
En las declaraciones de Castelnuovo de 1930, aparece esta afirmación: ‘tanto Boedo como Florida sirvieron de pretexto para iniciar una discusión que por entonces era necesaria. Muerta la discusión, ambos grupos pasaron a la historia’.
Esta afirmación resulta un tanto exagerada, pero de todos modos subraya una circunstancia muy peculiar que permitirá luego llegar a conclusiones importantes: más que definirse por sí mismos, los dos grupos, en particular el de Boedo, se definen por oposición de uno respecto del otro.
Allí se apoya esa extraña dependencia mutua y la constante necesidad de ‘tenerse en cuenta’ que a veces ha sorprendido a los críticos e historiadores de nuestra literatura.
Ya en 1924 Barletta había redactado (llevaba las firmas de Barleta y Olivari) un cartel que tenía por título “¿Con Gálvez o con Martínez Zuviría? Este cartel se pegó por las calles y -entre otras cosas- decía: ‘Hacemos realismo porque tenemos la convicción de que la literatura para el pueblo debe ser sincera, valiente; debe contener la nota agria de la verdad dicha sin limitaciones y el sollozo sordo de la miseria y del dolor”. Anunciaban su propia revista ‘donde los escritores que hicieran sano realismo enfrentarán a los que viven de la literatura falsa, romántica y hueca’. Esta especie de manifiesto terminaba así: ‘Nuestro lema es continuar haciendo la revolución en los espíritus. A la literatura de Martínez Zuviría, que falsea la vida y el amor, le contraponemos la obra del gran novelista Manuel Gálvez, y de Héctor Pedro Blomberg, Juan Pedro Calou, Olivera Lavié y de un sinnúmero de escritores audaces y valientes que han querido decir su pequeña o grande verdad. Como vemos: una definición por oposición a un contrario cuyos defectos sirven como punto de partida para estructurar en líneas muy generales un programa diferente y mejor. Claro que este proceder no es privativo de este solo movimiento literario; no otra cosa hicieron los de Florida respecto del modernismo y del sencillismo.”
Sabido es que a fines de 1927 ya no se editó el periódico Martín Fierro y en consecuencia, era insoslayable la disolución del grupo de Florida así como en los años siguientes tampoco se manifestaba el grupo de Boedo.
En la década del ’60, el profesor Carlos R. Giordano destacó que “el año 1930 marca... algo así como la irrupción en la Argentina de la tremenda crisis... También reiteró que “Florida persiguió la renovación puramente artística, en tanto Boedo buscó la transformación social, concibiendo la literatura como un instrumento para lograr esos fines. Es también posible reducir estos dos reformismos a la general “expresión del fracaso y de la soledad espiritual de las capas medias urbanas”... En consecuencia, insiste en que “el golpe del 6 de setiembre sorprendió a los escritores de Boedo tanto como a los martinfierristas. Si habían carecido de conceptos críticos capaces de prever los acontecimientos, era lógico que en un primer momento tampoco pudieran interpretar la magnitud y complejidad de lo que ocurría. El antirradicalismo de Boedo lo precipitó, como afirma Adolfo Prieto en Literatura y subdesarrollo a ‘una imposible luna de miel con la reacción que truncó al gobierno de Irigoyen’; cierto que esta ‘luna de miel’ duró poco, pero ello no la hace menos significativa”. Siguiendo las conclusiones del profesor Carlos Giordano:
Legado de escritores de Boedo...
Si quieren leer algunos textos de los escritores de Boedo...
Nicolás Olivari fue quien convocó a narradores y poetas para integrar ese grupo literario y aunque fue el primero en alejarse, es oportuno que sean sus versos los que inician esta recopilación.
La costurerita que dio aquel mal paso.
“La costurerita que dio aquel mal paso
y lo peor de todo sin necesidad...”
bueno, lo cierto del caso
es que no le ha ido del todo mal.
Tiene un pisito en un barrio apartado,
un collar de perlas y un cucurucho
de bombones; la saluda el encargado
y ese viejo, por cierto, no la molesta mucho.
¡Pobre la costurerita que dio el paso malvado!
Pobre si no lo daba... que aún estaría,
si no tísica del todo, poco le faltaría.
Ríete de los sermones de las solteras viejas;
en la vida, muchacha, no sirven esas consejas,
porque, piensa ¿si te hubieras quedado?
Nicolás Olivari.
De La amada infiel.
Balada de la oficina
Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. El sol está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con los fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se le siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú, entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; todo, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humillas, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas, ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra; así tendrás la certeza -que dará paz a tu espíritu, de obtener todos los días pan para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo te daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno y no desgarres las prescripciones que tú sabes; jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es un Deber.) Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero eso sí; nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa -voluntariosa sobre todo-, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal exacta precisa matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran se derrumbaría la disciplina y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas cansando tus músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún rendimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago; te visto; te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegas a mí yo te abriré mi seno de madre; después si no te has muerto tísico te daré la jubilación.
Entonces gozarás del sol y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!
Roberto Mariani.
Cuentos de la oficina
Delirio materno
-Mama –dijo Mario, ¿le llevo el perrito al doctor Cucaracha?
-No; todavía no, he dicho. Cuando el animalito tenga unos días más entonces se lo llevamos.
-Pero hoy, indicó don Pedro, con estudiada indiferencia- puedo ir a tirar la perrita en la laguna.
-¿No se le puede dejar un par de días a la madre? –saltó doña María.
-Es peor, el animal se acostumbra y después ¿quién la saca? Doña Matilde dice, además, que la Valentina se puede enfermar con tantos cachorros.
¡Oh!, doña Matilde, ésa también es buena...
El hombre se rascó la cabeza y dijo:
-Pero decime un poco: ¿qué vas a hacer con tantos perros?
(De veras; ¿qué ocurrirá el día que los perros sean más buenos que los hombres?)
-Bueno, bueno; entonces mejor s no tener nada. Si son gallinas, vuelta a vuelta se las roban. Cuando uno empieza a agarrarles cariño, entra un sinvergüenza y las pone en la bolsa. Me gustaría encontrarme una noche con uno de esos, cara a cara. ¡Ibas a ver lo que le decía yo!
-Pero, la perrita, ¿para qué la querés? –preguntó don Pedro. –Nadie se queda con las perritas.
Doña María se apresuró a decir:
-El de la orejita manchada se lo prometí al lavandinero; el otro, el que parece una bolita, es para el doctor Cucaracha, y los otros dos hay que dejárselos al pobre animal para que no sufra más. Cuando sean grandes, se le sacan y ya veremos quién se los lleva.
-Pero la perrita –insistió don Pedro- hay que sacársela ahora para que no la sienta. Si o el animal se va a consumir con tanta cría.
Bueno, ¡qué embromar!, hacé lo que quieras. Me gustaría que te mordiera la mano...
Don Pedro, inexorable, se puso el saco y le indicó a doña María.
-Llamala a la Valentina, así sale afuera.
La mujer tomó un plato con comida y salió de la cocina:
-Valentina... vení.. tomá...
La pobre, la cucha y vivaracha como siempre, pasó por encima de sus cachorros temblorosos, con los ojitos casi cerrados y las trompitas húmedas de leche y corrió hacia donde estaba doña María. Miró con desconfianza a Fidel, advirtiéndole con un gruñido que no debía pasar a la cocina, y empezó a husmear en el plato.
Entretanto, don Pedro buscó la perrita y la ocultó dentro de su saco.
Los tres chicos, que observaban la maniobra, preguntaron.
-Papá, ¿podemos ir a la laguna?
Y... vengan.
Valentina barruntaba el aire inquieta. Fue a darle unos lametazos a la cría y pareció no darse cuenta de la falta.
Doña María masculló entre dientes:
-Es un crimen sacarle al pobre animalito.
-Pero, ¿no ves, sonsa, que ni se da cuenta? –replicó don Pedro, aliviado.
Valentina volvió a correr hacia sus peritos que estaban debajo del aparador de la cocina, se puso sobre ellos con las patas abiertas y asomó la cabeza con una expresión de desafío. Los cachorros, al olor de la madre, buscando con afán las ubres, empezaron a mamar minuciosamente. Pero Valentina volvió a ponerse en movimiento y los perritos rodaron entre sus patas, con mimosos gemidos de protesta. La perrita fue primero a olisquear a Fidel que se quedó inmóvil, de una pieza, con una pata en el aire. Y esto a ella le bastó para conocer sus intenciones, aunque carecía del don de la palabra.
(Todos sabemos que a los retratos de Leonardo da Vinci y a los perros solo les falta hablar.)
Luego, Valentina miró con ojos lastimeros a doña María, hizo una instantánea transición, para rascarse con la pata trasera detrás de la oreja, y fue hacia don Pedro. Levantándose sobre las payas y apoyándose en las rodillas del hombre, estiró el cuello. Su hocico fino y trémulo fisgaba el aire que ceñía a don Pedro. Y ladró dos veces, con un ladrido desafinado, roto. Miró otra vez a todos y volvió agitada a oler sus cachorritos. Fidel se creó en el deber de mostrarle su adhesión con un ladrido corto.
Doña María se enfureció.
-Pero, ¿por qué no se van de una vez en lugar de hacer sufrir así a estos animales? ¿Ustedes se creen que los animales son de piedra, que o tienen corazón... eh? ¡Quiera Dios que nunca te saquen un hijo de tu lado!
Entonces don Pedro se puso sombrío y empezó a caminar, seguido de los chicos. Tomaron por el lado de las vías del tren, por un senderito tortuoso entre grandes matas de cicuta. Y uno se daba cuenta de que la tierra, con todo aquello y con uno mismo, le pertenecía en algún modo.
Mario se atrevió a decir:
-Papá, ¿me la dejás llevar un poco?
Y don Pedro, sin responder, abrió su saco y le dio la perrita. Mario apretó el montoncito sedoso y tibio contra su pecho, encajándola en su cuello y cubriéndola con el mentón.
-Papá –preguntó Alberto, en un tono mezclado de interrogación y reproche-. ¿La vas a matar?
-La va a tirar en la laguna -contestó Pedrito por él.
Ya estaban a un paso del charco. Un hornero saltaba en los cuencos que dejaban en el barro las pisadas del caballo. Un renegrido se había asentado impávido en las ancas del animal. Por encima de la triste cabezota del caballo emergía, de un cielo ceniciento, una distante estrella.
Leónidas Barletta
De Historia de Perros.
Cómo se hizo este libro
La vida
es una sucesión de pequeñeces;
aquilatar el precio de lo íntimo
eso es cosa del Arte.
En este libro
se han detenido los instantes
y las cosas minúsculas,
y se han hecho poemas;
como por esos mundos
se han detenidos los guijarros
y se han formado las montañas.
Gustavo Riccio.
De Un poeta en la ciudad.
La revelación
Veinte años hacía que Segundo Fernández
por la acera de siempre y a tal hora, lo mismo
que si fuese un autómata, caminaba al empleo,
resignado a su vida siempre igual de utensilio.
...Caminaba esa tarde cuando oyó que a su paso
una voz femenina le gritaba a nos niños:
-¡Chicos, pronto al colegio, ya es la hora que pasa
el viejito de luto, pronto, apúrense, chicos!
Y esa tarde -¡esa tarde!- comprendió la tristeza
de su vida monótona; se sintió cual vacío;
trabajó desganado; no comió, pesaroso...
¡Y esa noche en la almohada sollozó como un niño!
Álvaro Yunque
De Versos de la calle.
Lecturas y síntesis: Nidia Orbea de Fontanini.
Información extraída de www.sepaargentina.com.ar
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