[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 -Texto completo]
Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.
sábado, 25 de abril de 2009
Jubilación de la ortografía (Mempo Giardinelli)
Desde hace años se sabe que Gabriel García Márquez es un mago capaz de colocar en el cielo de la literatura maravillosos fuegos artificiales. Pero somos muchos los escritores que crecimos con él, y gracias a él, que pensamos también que los fuegos artificiales son sólo eso: artificios. Y por lo tanto brillo efímero, golpe de efecto, momento deslumbrante.
La médula es otra cosa. Y en el caso de estas ideas que la prensa ha difundido (no he tenido la oportunidad de leer el discurso completo del Maestro) me parece que hay mucho de disparate en esa propuesta de «jubilar la ortografía».
Además de ser una propuesta efectista (y quiero suponer que poco pensada), es la clase de idea que seguramente aplaudirán los que hablan mal y escriben peor (es decir, incorrecta e impropiamente). No dudo que tal jubilación (en rigor, anulación) sólo puede ser festejada por los ignorantes de toda regla ortográfica. Digámoslo claramente: suena tan absurdo como jubilar a la matemática porque ahora todo el mundo suma o multiplica con calculadoras de cuatro dólares.
En mi opinión, la cuestión no pasa por determinar cuál regla anulamos, ni por igualar la ge y la jota, ni por abolir las haches, ni por aniquilar los acentos. No, la cuestión central está en la colonización cultural que subyace en este tipo de ideas tan luminosas como efectistas, dicho sea con todo respeto hacia el Nobel colombiano.
Y digo colonización porque es evidente que estas cuestiones se plantean a la luz de los cambios indetenibles que ocasiona la infatigable invasión de la lengua imperial, que es hoy el inglés, y el creciente desconocimiento de reglas ortográficas y hasta sintácticas que impera en las comunicaciones actuales, particularmente Internet y el llamado Cyberespacio.
Frente a esa constatación de lo virtual que ya es tan real, ¿es justo que bajemos los brazos y nos entreguemos sin luchar? ¿Es justo que porque el inglés es la lengua universal y es tan libre (como anárquica), el castellano deba seguir ese mismo camino? ¿Por el hecho de que el cyberespacio está lleno de ignorantes, vamos a proponer la ignorancia como nueva regla para todos? ¿Por el hecho de que tantos millones hablen mal y escriban peor, vamos a democratizar hacia abajo, es decir hacia la ignorancia?
Si las difundidas declaraciones de García Márquez son ciertas, a mí me parece que hay un contrasentido en su propuesta de preparar nuestra lengua para un «porvenir grande y sin fronteras». Porque el porvenir de una lengua (como el porvenir de nada) no depende de la eliminación de las reglas sino de su cumplimiento.
Por eso, a los neologismos técnicos no hay que «asimilarlos pronto y bien... antes de que se nos infiltren sin digerir», como él dice. Lo que hay que hacer es digerirlos cuanto antes, y para digerirlos bien hay que adaptarlos a nuestra lengua. Como se hizo siempre y así, por caso, «chequear» se nos convirtió en verbo y «kafkiano» en adjetivo. Y en cuanto al «dequeísmo parasitario» y demás barbarismos, no hay que negociar su buen corazón, como aparentemente propone García Márquez. Lo que hay que hacer es mejorar el nivel de nuestros docentes para que sigan enseñando que esos parásitos de la lengua son malos.
Eso por un lado.
Y por el otro está la cuestión de para qué sirven las reglas, y el porqué de la necesidad de conocerlas y respetarlas. No voy a defender las haches por capricho ni por un espíritu reglamentarista que no tengo, pero para mí seguirá habiendo diferencias sustanciales entre «lo hecho» y «lo echo»; y sobre todo entre «hojear» y «ojear» un libro.
Tampoco me parece que sea un «fierro normativo» la diferencia entre la be de burro y la ve de vaca. Ni mucho menos me parece poco razonable la legislación sobre acentos agudos y graves, ni sobre las esdrújulas, ni sobre las diferencias entre ene-ve y eme-be, y así siguiendo, como diría David Viñas.
Las reglas siempre están para algo. Tienen un sentido y ese sentido suele ser histórico, filosófico, cultural. La falta de reglas y el desconocimiento de ellas es el caos, la disgregación cultural. Y eso puede ser gravísimo para nosotros, sobre todo en estos tiempos en que la sabiduría imperial se ha vuelto tan sutil y astuta. Las propuestas ligeras y efectistas de eliminación de reglas son, por lo menos, peligrosas.
Precisamente porque vivimos en sociedades donde las pocas reglas que había se dejaron de cumplir o se cumplen cada vez menos, y hoy se aplauden estúpidamente las transgresiones. Es así como se facilitan las impunidades.
Y así nos va, al, menos en la Argentina.
En todo caso, eliminemos la absurda policía del lenguaje en que se ha convertido la Real Academia. Democraticémosla y forcémosla a que admita las características intertextuales del mundo moderno, hagamos que celebre las oralidades, que festeje las incorporaciones como riquezas adquiridas. Esa sería una tarea revolucionaria. Pero manteniendo las reglas y, sobre todo, haciéndolas cumplir.
(Página/12, viernes 11 de abril de 1997)
Para leer el artículo de García Márquez al que se hace referencia
Botella al mar para el dios de las palabras
Gabriel García Márquez
(La Jornada, México, 8 de abril de 1997)
A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.
No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.
La médula es otra cosa. Y en el caso de estas ideas que la prensa ha difundido (no he tenido la oportunidad de leer el discurso completo del Maestro) me parece que hay mucho de disparate en esa propuesta de «jubilar la ortografía».
Además de ser una propuesta efectista (y quiero suponer que poco pensada), es la clase de idea que seguramente aplaudirán los que hablan mal y escriben peor (es decir, incorrecta e impropiamente). No dudo que tal jubilación (en rigor, anulación) sólo puede ser festejada por los ignorantes de toda regla ortográfica. Digámoslo claramente: suena tan absurdo como jubilar a la matemática porque ahora todo el mundo suma o multiplica con calculadoras de cuatro dólares.
En mi opinión, la cuestión no pasa por determinar cuál regla anulamos, ni por igualar la ge y la jota, ni por abolir las haches, ni por aniquilar los acentos. No, la cuestión central está en la colonización cultural que subyace en este tipo de ideas tan luminosas como efectistas, dicho sea con todo respeto hacia el Nobel colombiano.
Y digo colonización porque es evidente que estas cuestiones se plantean a la luz de los cambios indetenibles que ocasiona la infatigable invasión de la lengua imperial, que es hoy el inglés, y el creciente desconocimiento de reglas ortográficas y hasta sintácticas que impera en las comunicaciones actuales, particularmente Internet y el llamado Cyberespacio.
Frente a esa constatación de lo virtual que ya es tan real, ¿es justo que bajemos los brazos y nos entreguemos sin luchar? ¿Es justo que porque el inglés es la lengua universal y es tan libre (como anárquica), el castellano deba seguir ese mismo camino? ¿Por el hecho de que el cyberespacio está lleno de ignorantes, vamos a proponer la ignorancia como nueva regla para todos? ¿Por el hecho de que tantos millones hablen mal y escriban peor, vamos a democratizar hacia abajo, es decir hacia la ignorancia?
Si las difundidas declaraciones de García Márquez son ciertas, a mí me parece que hay un contrasentido en su propuesta de preparar nuestra lengua para un «porvenir grande y sin fronteras». Porque el porvenir de una lengua (como el porvenir de nada) no depende de la eliminación de las reglas sino de su cumplimiento.
Por eso, a los neologismos técnicos no hay que «asimilarlos pronto y bien... antes de que se nos infiltren sin digerir», como él dice. Lo que hay que hacer es digerirlos cuanto antes, y para digerirlos bien hay que adaptarlos a nuestra lengua. Como se hizo siempre y así, por caso, «chequear» se nos convirtió en verbo y «kafkiano» en adjetivo. Y en cuanto al «dequeísmo parasitario» y demás barbarismos, no hay que negociar su buen corazón, como aparentemente propone García Márquez. Lo que hay que hacer es mejorar el nivel de nuestros docentes para que sigan enseñando que esos parásitos de la lengua son malos.
Eso por un lado.
Y por el otro está la cuestión de para qué sirven las reglas, y el porqué de la necesidad de conocerlas y respetarlas. No voy a defender las haches por capricho ni por un espíritu reglamentarista que no tengo, pero para mí seguirá habiendo diferencias sustanciales entre «lo hecho» y «lo echo»; y sobre todo entre «hojear» y «ojear» un libro.
Tampoco me parece que sea un «fierro normativo» la diferencia entre la be de burro y la ve de vaca. Ni mucho menos me parece poco razonable la legislación sobre acentos agudos y graves, ni sobre las esdrújulas, ni sobre las diferencias entre ene-ve y eme-be, y así siguiendo, como diría David Viñas.
Las reglas siempre están para algo. Tienen un sentido y ese sentido suele ser histórico, filosófico, cultural. La falta de reglas y el desconocimiento de ellas es el caos, la disgregación cultural. Y eso puede ser gravísimo para nosotros, sobre todo en estos tiempos en que la sabiduría imperial se ha vuelto tan sutil y astuta. Las propuestas ligeras y efectistas de eliminación de reglas son, por lo menos, peligrosas.
Precisamente porque vivimos en sociedades donde las pocas reglas que había se dejaron de cumplir o se cumplen cada vez menos, y hoy se aplauden estúpidamente las transgresiones. Es así como se facilitan las impunidades.
Y así nos va, al, menos en la Argentina.
En todo caso, eliminemos la absurda policía del lenguaje en que se ha convertido la Real Academia. Democraticémosla y forcémosla a que admita las características intertextuales del mundo moderno, hagamos que celebre las oralidades, que festeje las incorporaciones como riquezas adquiridas. Esa sería una tarea revolucionaria. Pero manteniendo las reglas y, sobre todo, haciéndolas cumplir.
(Página/12, viernes 11 de abril de 1997)
Para leer el artículo de García Márquez al que se hace referencia
Botella al mar para el dios de las palabras
Gabriel García Márquez
(La Jornada, México, 8 de abril de 1997)
A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.
No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.
martes, 14 de abril de 2009
Ejemplos de carta de presentación
1er. ejemplo:
Beatriz Saiz Gonzalez
Avenida Montoto 26, 6º
41005 Sevilla Teléfono 924 707865
Sevilla, 18 de agosto de 1999
Selección de personal
Apdo. 8909
28013 Madrid
Asunto: Solicitud para el puesto de consultor en el Departamento de Comunicación Corporativa Ref. 9076
Muy Sres. míos:
Adjunto remito mi currículum vitae con motivo del anuncio aparecido en el diario "El Mundo" el pasado 16 de agosto en el que se solicitaba un consultor para el Departamento de Comunicación Corporativa. Espero que mis aptitudes, formación académica y experiencia le parezcan suficientes, ya que tengo muchísimo interés en incorporarme a su plantilla.
Como podrá comprobar en el currículum anexo, me he licenciado en Ciencias Empresariales y Marketing tanto por la Universidad de Gales como por el Centro Andaluz de Estudios Empresariales. Esto me ha proporcionado la oportunidad de viajar, perfeccionar otro idioma y conocer otras gentes y culturas. Además, he realizado diferentes cursos y seminarios específicos que han sido de mucha ayuda para completar mi formación.
Trabajé durante seis meses con King´s College y St. Catherine College como relaciones públicas en prácticas, pero esa no ha sido mi única experiencia laboral. También he realizado prácticas como oficial administrativa, como miembro del Departamento de Relaciones Comerciales y como parte del equipo de Atención al Cliente en distintas empresas. Todas estas experiencias me han aportado conocimientos suficientes para llevar la teoría a la práctica.
Me gustaría agradecerle el tiempo que ha invertido en leer mi carta y mi currículum. Espero tener la oportunidad de hablar con usted en persona para poder demostrar mis aptitudes, a la vez que aprendo un poco más sobre la empresa y el puesto que ofrecen. Si tiene alguna duda, por favor, no dude en contactar conmigo, ya sea mediante una llamada telefónica o un mensaje de correo electrónico. Muchas gracias de nuevo.
Atentamente, Inmaculada Ramos de las Heras
2º ejemplo:
Margaret Smith
Job Street . 5
11111 London
ILS
Mery Wills. HHRRR dpt.
Estimada Sra. Wills
Soy licenciada en Económicas, especialidad internacional y a finales de este año terminaré mi Master en Dirección de Empresas. En Monster.com he leido su anuncio ofreciendo prácticas para licenciados que hablen con fluidez dos o tres idiomas además del uso habitual de ordenadores.
Durante mis estudios universitarios he aprendido a trabajar con ordenadores y utilizo habitualmente Windows, Word, Power Point, Excel … Internet y Outlook Express.
Hablo inglés (mi lengua materna) e alemán fluido, el cual he ido mejorando durante dos cursos intensivos en Munich. Estoy ahora aprendiendo español y me considero una persona que aprende con rapidez un idioma, por lo que después de un par de meses en España podré hablar con facilidad español. Soy una persona organizada, observadora y con capacidad de análisis; me gusta combinar el trabajo en equipo con el individual y creo que puedo ayudar a su equipo en las tareas diarias.
Antes de iniciar mi MBA he realizado prácticas en el Deutsche Bank en Londres. Durante mi training he realizado cuestionarios a los clientes, para estudiar su grado de satisfacción con el servicio de atención que reciben y he asistido al director de la agencia en su trabajo diario. He aprendido a realizar presentaciones en PowerPoint y he desarrollado habilidades para el contacto telefónico con los clientes.
Estoy segura de que podré realizar un trabajo muy satisfactorio durante mis prácticas con ustedes, aprendiendo mucho con entusiasmo, y desarrollando mis habilidades y conocimientos.
Un cordial saludo
Margaret Smith
14 octubre 2003
3er. ejemplo:
Lucía Puerto
C/ Venta, 123
37000 SALAMANCA
Sra. Luisa Rincón
Dpto. de Selección de Personal
DELTA ,S.L.
C/ Unamuno, 123
3798156 SALAMANCA
Estimada señora:
He sabido que la empresa DELTA abre una sucursal en Alemania y que sus proyectos de expansión prevén abrirse también a otros países europeos.
Le envío mi currículo para el caso de que su empresa tuviera previsto potenciar la estructura del Departamento Comercial con una secretaria. Tengo una experiencia específica de dos años en tal puesto y un buen conocimiento del alemán, que he estudiado desde que tenía 10 años.
Soy una persona metódica y ordenada, acostumbrada a trabajar de forma autónoma y poseo una gran capacidad para las relaciones personales. Me alegraría poderle proporcionar cualquier otra información que Ud. Precisase si Ud. Tiene a bien concederme una entrevista.
Atentamente
Lucía Puerto
Salamanca, 8 de marzo de 2001.
Adjunto currículo
Ejemplo de cómo no debe ser una carta de presentación:
Estimado /a señor/a:
Me dirijo a usted para manifestarle mi interés por formar parte del equipo de su empresa. Tengo experiencia y más de 10 años de vida laboral.
Me considero una persona responsable, entusiasta, organizada y motivada. Aprendo rápido y por ello creo que puedo ser muy útil en su empresa.
Le adjunto mi CV y agradeciéndole de antemano su atención, quedo a su disposición en los teléfonos o e-mail indicado en mi CV.
Un cordial saludo
Beatriz Saiz Gonzalez
Avenida Montoto 26, 6º
41005 Sevilla Teléfono 924 707865
Sevilla, 18 de agosto de 1999
Selección de personal
Apdo. 8909
28013 Madrid
Asunto: Solicitud para el puesto de consultor en el Departamento de Comunicación Corporativa Ref. 9076
Muy Sres. míos:
Adjunto remito mi currículum vitae con motivo del anuncio aparecido en el diario "El Mundo" el pasado 16 de agosto en el que se solicitaba un consultor para el Departamento de Comunicación Corporativa. Espero que mis aptitudes, formación académica y experiencia le parezcan suficientes, ya que tengo muchísimo interés en incorporarme a su plantilla.
Como podrá comprobar en el currículum anexo, me he licenciado en Ciencias Empresariales y Marketing tanto por la Universidad de Gales como por el Centro Andaluz de Estudios Empresariales. Esto me ha proporcionado la oportunidad de viajar, perfeccionar otro idioma y conocer otras gentes y culturas. Además, he realizado diferentes cursos y seminarios específicos que han sido de mucha ayuda para completar mi formación.
Trabajé durante seis meses con King´s College y St. Catherine College como relaciones públicas en prácticas, pero esa no ha sido mi única experiencia laboral. También he realizado prácticas como oficial administrativa, como miembro del Departamento de Relaciones Comerciales y como parte del equipo de Atención al Cliente en distintas empresas. Todas estas experiencias me han aportado conocimientos suficientes para llevar la teoría a la práctica.
Me gustaría agradecerle el tiempo que ha invertido en leer mi carta y mi currículum. Espero tener la oportunidad de hablar con usted en persona para poder demostrar mis aptitudes, a la vez que aprendo un poco más sobre la empresa y el puesto que ofrecen. Si tiene alguna duda, por favor, no dude en contactar conmigo, ya sea mediante una llamada telefónica o un mensaje de correo electrónico. Muchas gracias de nuevo.
Atentamente, Inmaculada Ramos de las Heras
2º ejemplo:
Margaret Smith
Job Street . 5
11111 London
ILS
Mery Wills. HHRRR dpt.
Estimada Sra. Wills
Soy licenciada en Económicas, especialidad internacional y a finales de este año terminaré mi Master en Dirección de Empresas. En Monster.com he leido su anuncio ofreciendo prácticas para licenciados que hablen con fluidez dos o tres idiomas además del uso habitual de ordenadores.
Durante mis estudios universitarios he aprendido a trabajar con ordenadores y utilizo habitualmente Windows, Word, Power Point, Excel … Internet y Outlook Express.
Hablo inglés (mi lengua materna) e alemán fluido, el cual he ido mejorando durante dos cursos intensivos en Munich. Estoy ahora aprendiendo español y me considero una persona que aprende con rapidez un idioma, por lo que después de un par de meses en España podré hablar con facilidad español. Soy una persona organizada, observadora y con capacidad de análisis; me gusta combinar el trabajo en equipo con el individual y creo que puedo ayudar a su equipo en las tareas diarias.
Antes de iniciar mi MBA he realizado prácticas en el Deutsche Bank en Londres. Durante mi training he realizado cuestionarios a los clientes, para estudiar su grado de satisfacción con el servicio de atención que reciben y he asistido al director de la agencia en su trabajo diario. He aprendido a realizar presentaciones en PowerPoint y he desarrollado habilidades para el contacto telefónico con los clientes.
Estoy segura de que podré realizar un trabajo muy satisfactorio durante mis prácticas con ustedes, aprendiendo mucho con entusiasmo, y desarrollando mis habilidades y conocimientos.
Un cordial saludo
Margaret Smith
14 octubre 2003
3er. ejemplo:
Lucía Puerto
C/ Venta, 123
37000 SALAMANCA
Sra. Luisa Rincón
Dpto. de Selección de Personal
DELTA ,S.L.
C/ Unamuno, 123
3798156 SALAMANCA
Estimada señora:
He sabido que la empresa DELTA abre una sucursal en Alemania y que sus proyectos de expansión prevén abrirse también a otros países europeos.
Le envío mi currículo para el caso de que su empresa tuviera previsto potenciar la estructura del Departamento Comercial con una secretaria. Tengo una experiencia específica de dos años en tal puesto y un buen conocimiento del alemán, que he estudiado desde que tenía 10 años.
Soy una persona metódica y ordenada, acostumbrada a trabajar de forma autónoma y poseo una gran capacidad para las relaciones personales. Me alegraría poderle proporcionar cualquier otra información que Ud. Precisase si Ud. Tiene a bien concederme una entrevista.
Atentamente
Lucía Puerto
Salamanca, 8 de marzo de 2001.
Adjunto currículo
Ejemplo de cómo no debe ser una carta de presentación:
Estimado /a señor/a:
Me dirijo a usted para manifestarle mi interés por formar parte del equipo de su empresa. Tengo experiencia y más de 10 años de vida laboral.
Me considero una persona responsable, entusiasta, organizada y motivada. Aprendo rápido y por ello creo que puedo ser muy útil en su empresa.
Le adjunto mi CV y agradeciéndole de antemano su atención, quedo a su disposición en los teléfonos o e-mail indicado en mi CV.
Un cordial saludo
LA CARTA DE PRESENTACIÓN
1. ¿Qué es una carta de presentación?. El curriculum debe ir siempre acompañado de una carta de presentación, que debe limitarse a explicar por qué se presenta el currículum, pero no debe ser un duplicado de éste.
La carta de presentación es una herramienta igual de importante que el Curriculum Vitae.
Es la primera impresión que el seleccionador tendrá del candidato y su impacto positivo o negativo va a influir en la posterior lectura o no del currículum.
Una carta de presentación tiene que ser muy profesional, bien redactada, sin faltas de ortografía, y cuyo contenido vaya dirigido a explicar que el candidato reúne los requisitos del puesto, destacando y dirigiendo la atención del seleccionador hacia las habilidades, capacidades y conocimientos que el candidato ha demostrado , con ejemplos concretos basados en su experiencia anterior o en su experiencia no laboral (puede no haber trabajado nunca o bien haber estado fuera del mercado laboral durante u tiempo).
¿Para qué es útil la carta de presentación?
- Marca la diferencia con el resto de candidatos.
- Tiene que convencer al seleccionador de que te invite a la entrevista.
- Muestra tu motivación.
- Refleja tu habilidad de comunicación escrita.
El primer objetivo de la carta de presentación es individualizar al candidato (o la candidata) para un puesto de trabajo y, en segundo lugar, debe exponer la información que no tiene cabida en el curriculum. La carta de presentación puede responder a dos motivos: puede servir para contestar a un anuncio en prensa o a una convocatoria de ayuda, o bien para ofrecerse a una empresa o entidad, enviándola por iniciativa propia. Si la oferta ha surgido de un organismo oficial (ayuntamiento, diputación, cabildo, universidad pública, etc.) se debe redactar una solicitud, en lugar de una carta de presentación.
2. ¿Cómo se elabora una carta de presentación? Cada carta requiere un trata-miento distinto, pero el esquema general puede ser el mismo en todos los casos. A la hora de redactar una carta de presentación se debe atender a algunos ASPECTOS FORMALES, entre los que destacan:
* Se debe presentar siempre en papel blanco, nunca en papel cuadriculado o rayado. Debe presentarse en formato DIN A4.
* Se debe emplear los márgenes adecuados (3 cm a cada lado) y dejar más espacios entre los párrafos.
* Debe ser breve. Su extensión no debe ser mayor que un folio
* Se puede presentar mecanografiada o manuscrita
* Se debe tener muy en cuenta que no contenga tachones, borrones ni faltas de ortografía
* Siempre ha de ir firmada
* Debe ser original, nunca una fotocopia
* Debe redactarse de forma cuidadosa, expresando de forma concreta lo que se quiere transmitir. El texto debe ser claro, con frases cortas y debe estar estructurada en párrafos.
* Su contenido debe ser personalizado y adaptado a los requerimientos de la empresa o del organismo a que va dirigida.
* Si se tramita a una empresa, debe ir dirigida a la persona encargada del personal o de los recursos humanos. Si se trata de una empresa de selección de personal, se debe remitir indicando el nombre comercial de dicha empresa.
* Nunca se deben utilizar fórmulas que suenen a petición desesperada, como por ejemplo: "después de llevar unos cuantos meses buscando un puesto de trabajo,..."
En cuanto al CONTENIDO, la carta de presentación consta de las siguientes partes:
1. Al principio, a la izquierda se deben escribir el nombre y los apellidos, la dirección, el código postal, la población y el teléfono (se puede hacer constar el horario a que estamos localizables) del autor de la carta. Un poco más abajo se escribirá el nombre y la dirección del destinatario, así como la referencia (en caso de que el anuncio al que se responde tenga una referencia)
2. En el saludo o encabezamiento, si no se sabe si la persona a que se dirige la carta es hombre o mujer, se debe escribir "Señor/a", seguido de una coma.
3. A continuación, en el primer párrafo se debe explicar el objetivo de la carta. Según el motivo por el que se escribe, se puede comenzar diciendo:
En respuesta al anuncio aparecido en El Periódico el pasado día 16 de noviembre, le adjunto mi currículum y una fotografía, tal como se indicaba.
En respuesta a la convocatoria de ........................................... le adjunto mi currículum y una fotografía como indicaban.
Con esta carta les envío mi curriculum por si pusiera ser de su interés en un próximo proceso de selección de personal.
4. En el segundo párrafo hay que explicar por qué se está interesado en el puesto de trabajo o en la beca exponiendo las aptitudes que uno posee, destacando aquello que más se ajusta a las necesidades expresadas por quien ofrece el empleo o la beca. En una palabra, se trata de establecer la relación entre la oferta y el currículum del solicitante. Se debe hacer una breve argumentación para valorar algunos puntos del curriculum. Por ejemplo,
Ustedes desean encontrar para este puesto de trabajo a una persona diplomada en ........................... Por mi formación y mi experiencia profesional como ............................ creo estar capacitado para ocupar la plaza que ofrecen.
5. El tercer párrafo debe dedicarse a la solicitud de una entrevista personal para comentar algunos de los puntos citados en la carta o en el curriculum:
A fin de ampliar o comentar algún aspecto de mi formación o de mi experiencia profesional, solicito una entrevista y la posibilidad de poder participar en las diferentes pruebas de selección.
6. Despedida: No se debe usar fórmulas complicadas o rebuscadas del tipo de "siempre a su disposición". Se debe tratar de encontrar un final que demuestre interés por tener próximamente una entrevista:
En espera de sus noticias, aprovecho la ocasión para saludarles muy atentamente
Con el deseo de que no podamos entrevistar próximamente les saluda muy atentamente,
7. Firma
8. Lugar y fecha.
Es muy importante guardar siempre copia de todas las cartas enviadas, a fin de facilitar posteriores contactos.
Consejos prácticos
- Debe ser dirigida a alguien en particular (no a la att. Responsable dpto./selección).
- Considérala como una carta de negocios, profesional.
- Nunca más de una página.
- Papel de calidad, blanco o muy claro (mismo tipo y color de papel que el usado para imprimir el curriculum).
- Explicación breve de lo que ofreces y quieres, sin olvidar que tiene que estar en concordancia con lo que la empresa necesita..
- Destaca de tu curriculum sólo aspectos muy relevantes para el puesto (habilidades, capacidades, logros). No se trata de hacer un nuevo resumen del currículo vital en la carta de presentación.
- Tiene que convencer, persuadir a quien la lee de que eres el candidato adecuado para el puesto, que puedes desempeñar las funciones.
- Muestra entusiasmo e interés por la empresa.
- Revisa tu ortografía y expresiones antes de dar el visto bueno a la carta.
- Frases cortas, concisas pero con riqueza de vocabulario. No más de cuatro o cinco párrafos.
- Evita expresiones muy formales y hechas. La carta es a medida de lo que quieres conseguir.
- Utiliza verbos de acción. Nunca “tutees”. Siempre usa el “usted”.
- No abuses del “yo”, puede dar una imagen egocéntrica del candidato. No empieces los párrafos usando el “yo”.
- No copies cartas o párrafos utilizadas anteriormente para otros procesos de selección.
- Escribe la carta de presentación de forma creativa, orientada al cliente (la empresa), sé flexible y dispuesto siempre a trabajar en equipo y aprender.
La carta de presentación es una herramienta igual de importante que el Curriculum Vitae.
Es la primera impresión que el seleccionador tendrá del candidato y su impacto positivo o negativo va a influir en la posterior lectura o no del currículum.
Una carta de presentación tiene que ser muy profesional, bien redactada, sin faltas de ortografía, y cuyo contenido vaya dirigido a explicar que el candidato reúne los requisitos del puesto, destacando y dirigiendo la atención del seleccionador hacia las habilidades, capacidades y conocimientos que el candidato ha demostrado , con ejemplos concretos basados en su experiencia anterior o en su experiencia no laboral (puede no haber trabajado nunca o bien haber estado fuera del mercado laboral durante u tiempo).
¿Para qué es útil la carta de presentación?
- Marca la diferencia con el resto de candidatos.
- Tiene que convencer al seleccionador de que te invite a la entrevista.
- Muestra tu motivación.
- Refleja tu habilidad de comunicación escrita.
El primer objetivo de la carta de presentación es individualizar al candidato (o la candidata) para un puesto de trabajo y, en segundo lugar, debe exponer la información que no tiene cabida en el curriculum. La carta de presentación puede responder a dos motivos: puede servir para contestar a un anuncio en prensa o a una convocatoria de ayuda, o bien para ofrecerse a una empresa o entidad, enviándola por iniciativa propia. Si la oferta ha surgido de un organismo oficial (ayuntamiento, diputación, cabildo, universidad pública, etc.) se debe redactar una solicitud, en lugar de una carta de presentación.
2. ¿Cómo se elabora una carta de presentación? Cada carta requiere un trata-miento distinto, pero el esquema general puede ser el mismo en todos los casos. A la hora de redactar una carta de presentación se debe atender a algunos ASPECTOS FORMALES, entre los que destacan:
* Se debe presentar siempre en papel blanco, nunca en papel cuadriculado o rayado. Debe presentarse en formato DIN A4.
* Se debe emplear los márgenes adecuados (3 cm a cada lado) y dejar más espacios entre los párrafos.
* Debe ser breve. Su extensión no debe ser mayor que un folio
* Se puede presentar mecanografiada o manuscrita
* Se debe tener muy en cuenta que no contenga tachones, borrones ni faltas de ortografía
* Siempre ha de ir firmada
* Debe ser original, nunca una fotocopia
* Debe redactarse de forma cuidadosa, expresando de forma concreta lo que se quiere transmitir. El texto debe ser claro, con frases cortas y debe estar estructurada en párrafos.
* Su contenido debe ser personalizado y adaptado a los requerimientos de la empresa o del organismo a que va dirigida.
* Si se tramita a una empresa, debe ir dirigida a la persona encargada del personal o de los recursos humanos. Si se trata de una empresa de selección de personal, se debe remitir indicando el nombre comercial de dicha empresa.
* Nunca se deben utilizar fórmulas que suenen a petición desesperada, como por ejemplo: "después de llevar unos cuantos meses buscando un puesto de trabajo,..."
En cuanto al CONTENIDO, la carta de presentación consta de las siguientes partes:
1. Al principio, a la izquierda se deben escribir el nombre y los apellidos, la dirección, el código postal, la población y el teléfono (se puede hacer constar el horario a que estamos localizables) del autor de la carta. Un poco más abajo se escribirá el nombre y la dirección del destinatario, así como la referencia (en caso de que el anuncio al que se responde tenga una referencia)
2. En el saludo o encabezamiento, si no se sabe si la persona a que se dirige la carta es hombre o mujer, se debe escribir "Señor/a", seguido de una coma.
3. A continuación, en el primer párrafo se debe explicar el objetivo de la carta. Según el motivo por el que se escribe, se puede comenzar diciendo:
En respuesta al anuncio aparecido en El Periódico el pasado día 16 de noviembre, le adjunto mi currículum y una fotografía, tal como se indicaba.
En respuesta a la convocatoria de ........................................... le adjunto mi currículum y una fotografía como indicaban.
Con esta carta les envío mi curriculum por si pusiera ser de su interés en un próximo proceso de selección de personal.
4. En el segundo párrafo hay que explicar por qué se está interesado en el puesto de trabajo o en la beca exponiendo las aptitudes que uno posee, destacando aquello que más se ajusta a las necesidades expresadas por quien ofrece el empleo o la beca. En una palabra, se trata de establecer la relación entre la oferta y el currículum del solicitante. Se debe hacer una breve argumentación para valorar algunos puntos del curriculum. Por ejemplo,
Ustedes desean encontrar para este puesto de trabajo a una persona diplomada en ........................... Por mi formación y mi experiencia profesional como ............................ creo estar capacitado para ocupar la plaza que ofrecen.
5. El tercer párrafo debe dedicarse a la solicitud de una entrevista personal para comentar algunos de los puntos citados en la carta o en el curriculum:
A fin de ampliar o comentar algún aspecto de mi formación o de mi experiencia profesional, solicito una entrevista y la posibilidad de poder participar en las diferentes pruebas de selección.
6. Despedida: No se debe usar fórmulas complicadas o rebuscadas del tipo de "siempre a su disposición". Se debe tratar de encontrar un final que demuestre interés por tener próximamente una entrevista:
En espera de sus noticias, aprovecho la ocasión para saludarles muy atentamente
Con el deseo de que no podamos entrevistar próximamente les saluda muy atentamente,
7. Firma
8. Lugar y fecha.
Es muy importante guardar siempre copia de todas las cartas enviadas, a fin de facilitar posteriores contactos.
Consejos prácticos
- Debe ser dirigida a alguien en particular (no a la att. Responsable dpto./selección).
- Considérala como una carta de negocios, profesional.
- Nunca más de una página.
- Papel de calidad, blanco o muy claro (mismo tipo y color de papel que el usado para imprimir el curriculum).
- Explicación breve de lo que ofreces y quieres, sin olvidar que tiene que estar en concordancia con lo que la empresa necesita..
- Destaca de tu curriculum sólo aspectos muy relevantes para el puesto (habilidades, capacidades, logros). No se trata de hacer un nuevo resumen del currículo vital en la carta de presentación.
- Tiene que convencer, persuadir a quien la lee de que eres el candidato adecuado para el puesto, que puedes desempeñar las funciones.
- Muestra entusiasmo e interés por la empresa.
- Revisa tu ortografía y expresiones antes de dar el visto bueno a la carta.
- Frases cortas, concisas pero con riqueza de vocabulario. No más de cuatro o cinco párrafos.
- Evita expresiones muy formales y hechas. La carta es a medida de lo que quieres conseguir.
- Utiliza verbos de acción. Nunca “tutees”. Siempre usa el “usted”.
- No abuses del “yo”, puede dar una imagen egocéntrica del candidato. No empieces los párrafos usando el “yo”.
- No copies cartas o párrafos utilizadas anteriormente para otros procesos de selección.
- Escribe la carta de presentación de forma creativa, orientada al cliente (la empresa), sé flexible y dispuesto siempre a trabajar en equipo y aprender.
domingo, 12 de abril de 2009
Acento ortográfico o tilde (1ª parte)
Las palabras se caracterizan en la lengua española por un solo acento de intensidad, aunque poseen un elevado índice de frecuencia en el uso), el cual afecta a una sílaba fija de cada palabra. La escritura utiliza en determinados casos el signo ortográfico llamado tilde, que se coloca sobre el núcleo de la cima silábica y se omite en otros, con arreglo al sistema siguiente
A. Palabras sin diptongos, triptongos ni hiatos.
1.° Palabras agudas de dos o más sílabas. Si terminan en vocal o en una de las consonantes -s o -n, no agrupadas con otra consonante, se escriben con tilde sobre la última vocal: bacarrá (escrito también bacará), parné, jabalí, landó, ombú; alacrán, almacén, alevín, hurón, atún; barrabás, cortés, parchís, intradós, obús. Si terminan en consonante que no sea n ni s, no se escribe la tilde: querub, fondac, pared, rosbif, zigzag, herraj, volupuk, zascandil, harem (escrito también harén), galop, saber, cenit, cariz. Si terminan en dos consonantes, aunque la última sea n o s (o en x, que es una suma de dos fonemas /ks/, se escriben tambíen sin tilde: Almorox /-ks/, Mayans, Isern, Isbert
2.° Palabras graves de dos o más sílabas. La regla ortográfica es aquí inversa a la desarrollada en el subapartado anterior. Si la palabra termina en vocal o en una de las consonantes -n o -s, no se escribe tilde sobre la vocal de la penúltima sílaba: cota, deporte, casi, cobalto, chistu; Esteban, polen, mitin, canon, Oyarzun; contabas, martes, iris, cosmos, humus. Si termina en otra consonante se escribe la tilde: césped, álif, móvil, álbum, prócer, superávit, alférez. Si termina en dos consonantes, aunque la segunda sea s, se escribe la tilde: bíceps, fénix /ks/.
3.° Palabras esdrújulas. Se escribe siempre la tilde sobre la vocal de la antepenúltima síalaba: ménsula, cómitre, tílburi, árbitro, ímpetu; alhóndiga, mozárabe, intríngulis; matemáticas, efemérides, esperpéntico, etc.
B. Palabras con diptongos o triptongos en los que entran una vocal de la serie /a, e, o/ y una (o dos, si se trata de triptongos) de la serie /i, u/.
La presencia de diptongos o triptongos no altera, en general, la regulación anterior. Cuando la sílaba prosódicamente acentuada debe llevar tilde en los diptongos o triptongos, se coloca sobre la vocal de la primera serie. En los ejemplos que siguen se imprime en versalitas el diptongo o triptongo prosódicamente acentuado (escrito con tilde o sin ella) y el inacentuado.
1.° Palabras agudas de dos o más sílabas.
a) con tilde (regla A1.° anterior): agravIÉ (como agravé), salIÓ (como saló del verbo salar), racIÓn (como razón), estÁIs (estás), estÉIs (estés).
b) Sin tilde (regla A1.° anterior): remedIAd (como remedad), serIEdad (como heredad), casUAl (casal), cUArtel (cartel), hidromIEl (tambíen hidromel), ujIEr, escrito también hujier (como mujer), ajUAr (ajar), secUAz (sagaz).
2.° Palabras graves de dos o más sílabas.
a) sin tilde (regla A2.° anterior): cIElo (como celo), mIEra (mera), sUEña (seña), cUAsi (casi), cUOta (cota), hacIA (haza), legUA (lega), ardUO (ardo), albAIda (albada), donAIre (como donare, de donar), cAUsa (casa), defIEnden (ofenden), parIAs (paras, de parar).
b) Con tilde (regla A2.° anterior). hUÉsped (como césped), acUÁtil (datil), réquIEm (tótem), albÉItar (néctar), DIÉguez (Pérez).<
3.° Palabras esdrújulas. Llevan siempre tilde (regla A3.°): carIÁtide, cIÉnaga, mirIÓpodo, gUÁramo, cUÁdruple, mUÉrdago, cÁUstico, enfitÉUtico, etc.
4.° Excepciones. Las palabras agudas que terminan en uno de los diptongos /ái/, /éi/, /ói/, o en triptongos de esta misma terminación, se apartan de la regla B1.° a y no llevan tilde en la sílaba final, que se escribe -ay, -uay, -ey, -iey, -oy: guirigay, ayayay, Paraguay, carey, maguey, curiey, Araduey, Alcoy, rentoy. Emplean la tilde, pero escribe -i en vez de -y, las voces paipái, samurái y acaso alguna más. Deben asimilarse a las formas hispánicas con -y (no lo son las formas con -i) los nombres agudos, generalmente patronímicos de origen catalán, terminados en los diptongos —decrecientes como los anteriores— /áu/, /éu/, /óu/, voces que los catalanes o los descendientes de ellos, dentro y fuera de Cataluña, emplean sin tilde: Monlau, Abreu, Palou.
A. Palabras sin diptongos, triptongos ni hiatos.
1.° Palabras agudas de dos o más sílabas. Si terminan en vocal o en una de las consonantes -s o -n, no agrupadas con otra consonante, se escriben con tilde sobre la última vocal: bacarrá (escrito también bacará), parné, jabalí, landó, ombú; alacrán, almacén, alevín, hurón, atún; barrabás, cortés, parchís, intradós, obús. Si terminan en consonante que no sea n ni s, no se escribe la tilde: querub, fondac, pared, rosbif, zigzag, herraj, volupuk, zascandil, harem (escrito también harén), galop, saber, cenit, cariz. Si terminan en dos consonantes, aunque la última sea n o s (o en x, que es una suma de dos fonemas /ks/, se escriben tambíen sin tilde: Almorox /-ks/, Mayans, Isern, Isbert
2.° Palabras graves de dos o más sílabas. La regla ortográfica es aquí inversa a la desarrollada en el subapartado anterior. Si la palabra termina en vocal o en una de las consonantes -n o -s, no se escribe tilde sobre la vocal de la penúltima sílaba: cota, deporte, casi, cobalto, chistu; Esteban, polen, mitin, canon, Oyarzun; contabas, martes, iris, cosmos, humus. Si termina en otra consonante se escribe la tilde: césped, álif, móvil, álbum, prócer, superávit, alférez. Si termina en dos consonantes, aunque la segunda sea s, se escribe la tilde: bíceps, fénix /ks/.
3.° Palabras esdrújulas. Se escribe siempre la tilde sobre la vocal de la antepenúltima síalaba: ménsula, cómitre, tílburi, árbitro, ímpetu; alhóndiga, mozárabe, intríngulis; matemáticas, efemérides, esperpéntico, etc.
B. Palabras con diptongos o triptongos en los que entran una vocal de la serie /a, e, o/ y una (o dos, si se trata de triptongos) de la serie /i, u/.
La presencia de diptongos o triptongos no altera, en general, la regulación anterior. Cuando la sílaba prosódicamente acentuada debe llevar tilde en los diptongos o triptongos, se coloca sobre la vocal de la primera serie. En los ejemplos que siguen se imprime en versalitas el diptongo o triptongo prosódicamente acentuado (escrito con tilde o sin ella) y el inacentuado.
1.° Palabras agudas de dos o más sílabas.
a) con tilde (regla A1.° anterior): agravIÉ (como agravé), salIÓ (como saló del verbo salar), racIÓn (como razón), estÁIs (estás), estÉIs (estés).
b) Sin tilde (regla A1.° anterior): remedIAd (como remedad), serIEdad (como heredad), casUAl (casal), cUArtel (cartel), hidromIEl (tambíen hidromel), ujIEr, escrito también hujier (como mujer), ajUAr (ajar), secUAz (sagaz).
2.° Palabras graves de dos o más sílabas.
a) sin tilde (regla A2.° anterior): cIElo (como celo), mIEra (mera), sUEña (seña), cUAsi (casi), cUOta (cota), hacIA (haza), legUA (lega), ardUO (ardo), albAIda (albada), donAIre (como donare, de donar), cAUsa (casa), defIEnden (ofenden), parIAs (paras, de parar).
b) Con tilde (regla A2.° anterior). hUÉsped (como césped), acUÁtil (datil), réquIEm (tótem), albÉItar (néctar), DIÉguez (Pérez).<
3.° Palabras esdrújulas. Llevan siempre tilde (regla A3.°): carIÁtide, cIÉnaga, mirIÓpodo, gUÁramo, cUÁdruple, mUÉrdago, cÁUstico, enfitÉUtico, etc.
4.° Excepciones. Las palabras agudas que terminan en uno de los diptongos /ái/, /éi/, /ói/, o en triptongos de esta misma terminación, se apartan de la regla B1.° a y no llevan tilde en la sílaba final, que se escribe -ay, -uay, -ey, -iey, -oy: guirigay, ayayay, Paraguay, carey, maguey, curiey, Araduey, Alcoy, rentoy. Emplean la tilde, pero escribe -i en vez de -y, las voces paipái, samurái y acaso alguna más. Deben asimilarse a las formas hispánicas con -y (no lo son las formas con -i) los nombres agudos, generalmente patronímicos de origen catalán, terminados en los diptongos —decrecientes como los anteriores— /áu/, /éu/, /óu/, voces que los catalanes o los descendientes de ellos, dentro y fuera de Cataluña, emplean sin tilde: Monlau, Abreu, Palou.
Autobiografía de Alejandro Casona (Agosto, 1962)
Yo soy de una aldea asturiana, una aldea muy pequeña llamada Besullo, perdida en las montañas. Ahora ya no está tan perdida, porque tiene una carretera, que yo no conozco todavía. El Besullo de mis mayores era aldea perdida, pero no en el sentido de Palacio Valdés, sino perdida realmente en el paisaje, en el monte, donde era muy difícil llegar.
Besullo, fundamentalmente, era una aldea de labradores, pastores y herreros. Mi abuelo era herrero; tenía un mazo romano. Se conservan aún algunos mazos romanos en Besullo.
Me imagino cómo estaban ellos, desnudo el torso y machacando y calentando hierro hasta ponerlo al rojo blanco, que casi aúlla cuando lo meten en agua fría.
De niño, una de las cosas que más me impresionaban era el trabajo del herrero. Hoy me parece que si no fuera escritor y me dijeran qué quería ser en la vida, yo no sé… creo que quisiera ser herrero, como era mi abuelo.
Entre las gentes de este Besullo mío había una gran tradición oral de romances viejos, que se están perdiendo mucho. Cuando yo era niño, y tengo bastantes años, esta tradición oral se conservaba muy viva todavía. Aquellas gentes, después de las faenas del campo, se ponían a recitar o a cantar esas viejas melodías, muy lentas y muy extrañas, que yo ahora sé lo que son, claro: romances famosos de los siglos XIV, XV y XVI, con temas de lobos, pastores, príncipes, encantamientos. Sobre todo, dominaban los temas de encantamientos.
La niebla contribuye a que todas las cosas no tengan un límite seguro, sino una esfumatura, para que no se sepa dónde las cosas empiezan y terminan. En una palabra, que no hay distancia. Usted ve un carro muy lejos y resulta que no está tan lejos, que está muy cerca; o ve una cosa muy cerca y luego resulta que está lejos. Cuántas veces nos ha parecido que estábamos a una gran altura y luego comprobamos que es mentira, que ha sido todo efecto de la niebla, y que uno está en un sitio completamente llano. Estas cosas hacen que el carácter asturiano esté en la lírica un poco, como el galaico y el portugués, que son las tres grandes zonas de lirismo de España.
Yo soy de una familia pobre, y los niños aldeanos no tienen juguetes; pero yo tengo un juguete sensacional, fabuloso, en la infancia: un castaño. Era un castaño al que llamaban “La Castañarona”. Cuando se le da el nombre femenino quiere decir allí más grande. Era un castaño… ¡no sé!… No puedo calcular el tamaño. Lo recuerdo tremendamente grande, con el tronco hueco por completo por un rayo, sin ramas. Cabíamos dentro de él siete u ocho niños. Allí jugábamos, subiendo por el tronco, pasando de un brazo a otro. Jugábamos un poco como Peter Pan, un poco como conejos dentro de un árbol. Era prodigioso, porque un día “La Castañarona” era un castillo; otros días, un barco; a veces, un palacio; en ocasiones, un bosque. Siempre, en definitiva, un juguete maravilloso que era muy difícil que un niño de ciudad pudiera tener y nosotros, niños de aldea, poseíamos sin lugar a dudas.
Hemos tenido una bruja, porque en Asturias y en Galicia hay brujas de verdad. Ahora ya no sé; pero cuando yo era chico las había.
A esta mujer todo el mundo la señalaba con el dedo, y se le tenía un poco de miedo, un miedo respetuoso, porque sabía de hierbas y de palabras mágicas. En definitiva, cosas raras con las cuales hacía curaciones o ensalmos. La gente sabía que eso, religiosamente, no estaba muy bien visto y era un poco peligroso; pero, en cambio, era muy útil cuando el cuerpo duele, cuando hay necesidad de un consejo. Los niños la queríamos mucho. Algunos, muy brutos, la tiraban piedras desde lejos para cumplir esa especie de deber que tiene el niño de tirar piedras a los locos y a las gentes que están al margen de lo normal. Y a los perros. De todas las maneras, nosotros la queríamos mucho, y cuando se murió—yo era muy niño—supe que no se la enterraba como a los demás, que había una fórmula distinta para aquella mujer. Creo que se la enterró debajo de un árbol, y esto me dio mucho que pensar.
Estudié el bachillerato en Gijón, mejor dicho, los dos primeros años. Gijón, para mí, fue un descubrimiento sensacional: el mar, la vida urbana, los tranvías.
Yo recuerdo haber ido algunas veces de excursión con los chicos que se escapan hasta el Musel para ver salir los barcos que van a América. ¡Qué lejos estaba yo de pensar que en esos barcos un día tendría yo que ir y estar tanto tiempo en América! Fui muy aficionado al tema de América, porque, como buena familia asturiana, en la mía había mucha gente que había amasado lo que se llama una fortuna en América. Bueno, una fortuna era que volvían con cuatro mil duros y se compraban una casita muy modesta donde vivían hasta que se morían.
En Cuba, en Méjico, en la Argentina, en todos sitios hay gentes de Besullo. En Buenos Aires me ofrecieron una comida los residentes de la aldea de Besullo. Como mi pueblo tiene cuarenta casas, yo esperaba que los residentes en Buenos Aires fueran diez, catorce personas, y resultó que eran como unos quinientos los que asistieron al banquete. Muchos más que los vecinos de Besullo. Eran mis paisanos que habían ido a Buenos Aires y que habían tenido hijos allí. En mi pueblo hay familias de veinte hijos, de los cuales viven en Besullo uno o dos, y los restantes viven en la Argentina. Es asombroso pensar la cantidad de asturianos que hay por esas tierras de América.
Mi padre y mi madre eran maestros los dos. El maestro siempre ha sido entre todos los cargos públicos de España, el peor pagado, de modo que llevaban una vida muy modesta, muy modesta. Lo difícil es que en las circunstancias en que vivían no podían tener una escuela en el mismo sitio juntos. Tenían que vivir obligadamente separados y entonces los chicos teníamos que estar unas veces con papá y otras veces con mamá, como si fuera un matrimonio divorciado.
Pues, como decía, mis padres tenían que separarse para poder ganar más dinero, pero siempre procurando que uno estuviera cerca del otro. Así fueron a Gijón, así fueron a Palencia y a Murcia y, finalmente, a León, el pueblo de mi madre. Porque mi madre era leonesa.
Era la historia, era la geografía, era la literatura lo que más me interesaba. Y ya, en cuanto se trataba de cosas: árboles, metales, fórmulas de triángulos, notaba que me interesaba poco. Necesitaba vida. Y en Gijón empecé a leer.
El primer libro serio, que me deslumbró, fue “La vida es sueño”, de Calderón, que tenía mi padre en una vieja edición. La guardaba como un tesoro, con miedo a que sus hijos la alcanzáramos. Aquel libro me daba la sensación de que debía tener algo prohibido, algo extraño; pero no tenía nada de prohibido. Era, sencillamente, una buena edición que no quería que tocáramos.
Entonces vi teatro por primera vez. Y eso me intranquilizó de un modo terrible, hasta el extremo de que no pude dormir. Había descubierto algo sensacional, un mundo maravilloso, no en el sentido de que pudiera pensar que nunca pertenecería a ese mundo, sino que aquello me parecía mejor que ningún libro de cuentos, mejor que ninguna novela, mejor que nada de lo que había visto en mi vida hasta aquel momento. No había podido ni soñar el descubrimiento del teatro.
Yo viví en Levante cinco años. La mocedad, de los quince hasta los veinte. Cerca de mi casa—vivíamos en la calle de la Acequia—pasaba una acequia por debajo de los balcones, y por eso se entraba por puentes. Allí estaba el viejo teatro Romea. Y en ese viejo teatro Romea, se instaló por entonces, hacia el año 1917, el Conservatorio de Música y Declamación. Un amigo mío, actualmente actor en Madrid, que se llama Antonio Martínez Ferrero, me dijo: “¿Por qué no vienes por el Conservatorio? Estudia Teatro, que te va a gustar.”
El teatro empezó a tentarme como actor. Entonces no pensé en escribir para el teatro, aunque escribía algunas cosas; pero cosas muy pequeñas, cosas que actualmente he olvidado y he roto. La afición a representar sí fue muy fuerte, muy grande, hasta el punto que con ese muchacho que le digo, con Antonio Martínez Ferrero, decidí escaparme un día para dedicarnos los dos al teatro, a ser cómicos. Ya sabíamos nosotros que no nos iban a autorizar en casa, y no hubo más remedio que saltar por la ventana. Nos escapamos juntos, una noche, para San Pedro del Pinatar, donde había una compañía. ¡Horrenda compañía, de esas de la legua! Necesitaban dos muchachos para hacer dos papeles, y nos contrataron. Luego nos dejaron por allí, abandonados, pasando hambre, un hambre feroz. Tuvimos que volver andando a casa; pero esa afición a representar, la afición de actor, me quedó siempre.
Me parece que soy muy mal actor. Muy malo, con seguridad. Dirijo bien, doy bien la réplica a los actores cuando les estoy enseñando a hacer una comedia, pero de eso a interpretarla yo…
En la compañía de Josefina Díaz y Manuel Collado llevábamos veinticinco títulos en el repertorio y las personas justas en la compañía. Un día, en Medellín, uno de los actores hizo el “salto del ángel” en una piscina para realizar una exhibición delante de sus compañeros. La piscina no tenía condiciones de profundidad y el actor se rasgó el cuero cabelludo. Fue un accidente escandaloso y el muchacho no pudo salir a escena hasta doce días después.
Aquella noche de Medellín el teatro estaba vendido. Josefina Díaz y Manuel Collado se miraban sin saber cómo salir del paso. Pensé que había llegado mi momento, “mi oportunidad” como actor; pensé que podía yo resolver el problema que se planteaba y como lo pensé lo hice. Total, que me incluí en el reparto, haciendo una comedia por día.
Llegué a interpretar hasta doce papeles diferentes y quedé muy contento de aquella experiencia.
Yo, enamorado muy joven, quería casarme. El sueldo que tenía entonces era muy chico, insuficiente. Estaba establecida entonces, y supongo que ahora, una remuneración especial para los maestros españoles que desempeñasen su magisterio en sitios lejanos, como Canarias, o difíciles de vivir, como el valle de Arán. Este lugar, para una persona madura y hecha, era muy difícil; pero
cuando se tienen veinticuatro años no hay dificultades de ningún género.
¿Qué más quería yo? Salía en esquí por la ventana. Pasé tres años felices en el valle de Arán. Aquella vida obligadamente en silencio constante me hizo rodearme de libros, permanecer sentado junto a la chimenea con fuego. La casa era confortable y en ella tuve algo tan importante para el estudio como lo es la intimidad.
Primero hice un intento bonito, que fue escribir un teatro para los niños de la escuela. Se llamaba “La Pájara Pinta”. Representábamos unas piezas muy breves, muy sencillas, que no tenían otro objeto que divertir a los chicos y a sus familias.
Cuando terminé “La sirena varada” vine a Madrid varias veces a ver a un empresario y a otro. Era inútil. Ninguno había oído mi nombre, ninguno me conocía. Nadie quería ni leer la obra. “No sirve para nada”, me decían.
Aquel panorama me hizo renunciar un poco a la idea de estrenar. Entonces se me ocurrió enviar la comedia a un catalán que tenía el Teatro Intimo de Barcelona, llamado Adrián Gual, un hombre muy inteligente, muy preocupado de la temperatura del teatro en Europa y en España. Este hombre me escribió inmediatamente y su carta me deslumbró. Me decía en ella que había que estrenar la comedia fuera como fuera.
Cual sería mi sorpresa cuando, poco tiempo después recibí una carta de la Xirgu, que conservo como un tesoro. ¡Ya era bonito recibir una carta de aquella actriz ilustre, nada menos que en el Valle de Arán! Me decía que había leído la obra y que ella se comprometía a estrenar esa comedia. No sabía cuándo. Me anticipaba, no obstante, que cuando hubiera una coyuntura favorable, y que posiblemente sería en el teatro Español de Madrid, para el que venía entonces.
El Premio Lope de Vega significaba entonces, año de 1930, una pequeña fortuna, pues su cuantía en metálico era de 10,000 pesetas. Si la obra era premiada, el estreno obligatorio se hacía en el teatro Español, donde había entonces una de esas compañías excepcionales que es difícil que vuelvan a poder reunirse nunca. La formaban Margarita Xirgu y Enrique Borrás, y tenía como galanes a Pedro López Lagar, Enrique Diosdado y Alitar. Recuerdo como actriz de carácter a la Sánchez Ariño… ¡En fin, una compañía formada con primeras figuras!
Lo recuerdo perfectamente. La otra comedia finalista era de Camón Aznar. Se titulaba “Alejandro Magno” y era un drama histórico. “La sirena varada” pretendía ser una comedia moderna, y creo que lo era. La comedia de Camón Aznar era grandilocuente; una comedia de época. Camón Aznar, profesor universitario importante, culto, me hacía pensar de antemano que el premio iba a ser para él. Por otra parte, y teniendo todos los respetos y cortesías para este ilustre profesor universitario, yo creía que “Alejandro Magno” no era lo que había que hacer en el teatro. En efecto, mi “espía” me dijo que el premio se había concedido a Camón Aznar.
Era angustioso estar nadando y nadando para acabar ahogándose en la orilla. Confieso que lloré. ¡Créanme que me sacudió mucho aquello! Claro que me conformé, diciendo: “¡Qué se le va a hacer!” Estaba cayendo la tarde ya y tomé un tranvía para ir a mi trabajo. De pronto veo al vendedor de periódicos con un ejemplar de “La Voz”. Un señor delante de mí, compra “La Voz”. Alargo el cuello y veo cómo pasa una página, cómo pasa otra, y al doblar así, veo en letras muy grandes: “Premio Lope de Vega: ‘La sirena varada’ de Alejandro Casona”. Agarré el periódico, diciendo al señor: “Perdóneme un momento.” Ni que decir tiene que el señor creyó que yo estaba loco.
No sé cómo me vino la información anterior, ignoro el error que pudo haber, porque en ningún momento se dio el premio a Camón Aznar. El premio me lo habían dado a mí, allí estaba.
La comedia tuvo mucha repercusión fuera de España, porque no habían transcurrido dos meses cuando ya se había estrenado en París y en Roma. De modo que después de tanta angustia, de tanta espera, el teatro se abrió para mí de la noche a la mañana, en un minuto y de par en par. En el término de dos meses el resultado era el siguiente: estreno en el teatro Español de Madrid, París, Roma… ¡Qué más podía esperar!
“Nuestra Natacha” fue un éxito sensacional, no de pureza literaria y poética como “La sirena varada” sino un escándalo público, de grandes ovaciones, de aplausos, de interés, porque venía a renovar una estudiantina, que venía a ser en su momento la estudiantina que había sido en el suyo “La casa de la Troya”. Claro que las cosas habían cambiado. Aquello era una residencia de estudiantes, no una pensión. La comedia estaba hecha de otra manera, pero tenía ese mismo tipo de cosa, de vida estudiantil, muy auténtica. De “Nuestra Natacha” se han escrito muchas tonterías, se ha hecho bandera de acá y de allá. ¡No es bandera!… Además, era simplemente una obra joven, llena de fe. Quizá un poco evangélica, un poco inocente, un poco romántica; pero de cosas muy auténticas y muy verdaderas; donde está el teatro de los estudiantes, la residencia, los problemas de la coeducación, esas especies de penitenciarias que eran los reformatorios… ¡En fin! Todo ello estaba hecho con un nobilísimo afán, no de hacer demagogia ni de buscar ovaciones, sino de tocar una llaga de la pedagogía española, que es evidente que estaba al alcance de todo el mundo y nadie lo había tocado. Y después, fruto de las pasiones del momento, se le dio por unos un carácter… ¡no sé!…
Las Misiones Pedagógicas fueron una fundación del maestro Cossío, cuyo libro sobre El Greco es bien conocido. Era un hombre muy viejo, de setenta y muchos años, cuando yo le traté. Estaba tendido sobre una tabla, con el cuerpo escayolado. Debía de padecer alguna enfermedad de columna vertebral. Estaba como en un potro de tortura; pero que él llevaba con una sonrisa maravillosa, como si no existieran en su cuerpo ni el dolor. Vivió siete u ocho años más. Una de sus creaciones fue el teatro popular. Había millares de aldeas en España que no conocían el teatro, porque no lo habían visto nunca. Don Manuel me decía: “¿Tú no dices que te sacudió el teatro la primera vez que lo viste?” “¿No me contaste que aquella anoche en que viste la primera representación teatral no pudiste dormir?” “A los campesinos debe producirles algo igual. Hay que hacerlo.” Y lo hicimos.
Nuestros muchachos hacían su trabajo un poco misioneramente, evangélicamente, artísticamente, sin ninguna pretensión ni ambición más. No había intención de tipo social, ni nada de prédica política. El teatro de las Misiones Pedagógicas, el teatro del Pueblo, teatro y coro, lo formaban unos cincuenta muchachos y muchachas, estudiantes de las distintas universidades, facultades y escuelas. No cobraban nada, y además, se llevaban la comida de casa. Ha habido mucha gente que creía que iban a divertirse.
“La Barraca” iba a poblaciones castellanas que tenían un teatro un poco decente, un poco sin cultivar, o de malos repertorios. Allí daban Lope bien presentado, modernamente hecho. Nosotros íbamos a llevar el teatro a los campesinos analfabetos que no sabían lo que el teatro era y que, por tanto, lo veían por primera vez. Por esa razón nuestro repertorio tenía que ser forzosamente más simple, piezas cortas con música y pequeñas danzas. Lo difícil era crear este repertorio, que no existía. Así pusimos en escena los “Juicios de Sancho Panza en la ínsula Barataria”, y otras cosas que estábamos seguros que iban a merecer una atención del pueblo, del pueblo auténtico, del pueblo aldeano, del pueblo sin libros, del pueblo virgen al que le llegaba por primera vez el teatro. Hoy habrá llegado ya la radio, el cine, la televisión. Entonces no había llegado todavía eso.
Partíamos entonces de una fórmula exterior que no podía fallar, en principio. Esta consistía en algo tan elemental como sacar a escena hombres y mujeres disfrazados, entre los cuales empezaban a pasar cosas. La gente atendía por una simple curiosidad primaria. Aparte de esto, había una cosa de tradición oral evidente en muchos de esos pueblos, que siempre eran de menos de mil habitantes, pequeñas aldeas.
Una vez vi algo curioso. Un hombrote con la blusa, la rosa en la oreja, la vara en la mano, entra en el teatro como diciendo: “Vamos a ver qué tontería es ésta.” Se sienta y saca el tabaco, que se pone aquí, en el hueco de la mano izquierda, y empieza a quitarle los palos. Luego saca un papel grande, papel del Rey de Espadas, que se coloca en la comisura del labio. En ésto se levanta el telón y empieza la representación de “El dragoncillo” de Calderón de la Barca, que es una pieza divertidísima, una estampa preciosa, que dura unos veinte minutos. Aquel hombre de la blusa clava los ojos en el escenario y sigue elaborando con parsimonia el cigarro, hasta que cae el telón. Cuando cae el telón, hace de pronto como si le hubiera pasado algo y le diera vergüenza. Entonces se apresura a encender el cigarro. Había pasado un momento de suspensión y volvía de otro mundo.
Proyectamos una película documental breve, de un rollo, con tema de mar, en la que se desarrollaba una tormenta imponente. Había un naufragio, un barco en peligro y un salvamento. De pronto, una pobre mujer empezó a llorar allí y le dio un ataque de histeria terrible. Hubo que suspender la proyección. Cuando aquella mujer volvió en sí nos contó que un hijo suyo había ido a América. Para ella hasta aquel momento el mar no era más que una palabra, y de pronto, cuando lo había visto, creía que el hijo estaba pasando aquel naufragio. La anécdota me parece escalofriante.
No fui directamente a Buenos Aires. Yo entonces tenía un contrato para inaugurar un teatro en Méjico. Este contrato era de tres meses y no se cumplió; pero me llamaron por si quería ir con la compañía de Diaz-Collado para hacer tres meses en otro teatro.
Allí hicimos una temporada bastante larga, de casi dos años, por distintos países. Con ese motivo he residido bastante en Méjico, La Habana, Puerto Rico, Colombia, Venezuela… Después, ya por mi cuenta, me fui a Buenos Aires contratado por una empresa. Fue cuando estalló la guerra europea. Me quedé definitivamente en Buenos Aires, hasta ahora. He hecho algunos viajes por Europa también y muchos por América.
En América, durante ese tiempo, he hecho casi exclusivamente teatro, he dado conferencias, he escrito artículos y he trabajado bastante para el cine, casi siempre como guionista o adaptando comedias mías, o adaptando comedias famosas del mundo, como “Casa de muñecas” de Ibsen, y otras originales escritas directamente como guionista.
Tres años seguidos estuvo en cartel “Los árboles mueren de pie” en Buenos Aires. En Buenos Aires era relativamente fácil pasar de las cien representaciones. El éxito empezaba a partir de las doscientas o trescientas.
Ahora nos tienen bastante abandonados. No estamos de moda; pero en aquel momento todavía, el año 1939 y 1940 y hasta el 44 o 45, toda América miraba mucho a lo que se llamaba el meridiano de Madrid. El último estreno de Madrid era comentado en Buenos Aires, de modo que cuando llegué yo, me conocía todo el mundo. Yo era un autor popular. Todas mis comedias estaban representadas. Era como si hubiera vivido allí, como si hubiera estrenado siempre en Buenos Aires. “Nuestra Natacha” se estrenó aquí, y a los ocho días se estrenaba en Buenos Aires.
Tengo que escribir paseándome, saliendo por los jardines y caminando entre pinares, entre árboles que huelan. Así suelen producirse en mí las ideas para una comedia. Después, lo que se llama escribir no me cuesta ningún trabajo. Lo que me cuesta es concebir el tema, enamorarme de él. Hay temas que se pueden hacer y rehacer mil veces; pero yo necesito siempre un tema que me enamore, que crea, aunque sea mentira, que es algo original, que es algo distinto, nuevo, y sobre todo, extraño. Ya entonces tengo muchas limitaciones; pero una vez que he inventado el tema y que lo encuentro, cuando me siento a escribir no me cuesta esfuerzo alguno.
El autor que más me ha sacudido siendo joven ha sido Valle-Inclán, que me parecía maravilloso aunque, a decir verdad, no lo veía muy teatral. Lo veía como lo escribía, muy arbitrariamente, al margen de las necesidades escénicas, como si pensara en que no se representase nunca. Tenía un cúmulo de personajes que es muy difícil que haya en ninguna compañía. Y los cambios de decoración, los efectos… Muchas veces el mismo lenguaje no era de ningún modo el que el público podía tolerar, entonces al menos. Valle-Inclán escribió de espaldas al público y de espaldas a la profesión, con desdén evidente por la gente del teatro. Así y todo, me sigue pareciendo el dramaturgo más importante.
Los críticos todos hablan de mi influencia astur. Hay una interferencia constante del sueño y de la fantasía, de la ternura, de la poesía, del humor, del paisaje de lejanía, de la extrañeza del descubrimiento. Todo lo cual está muy dentro del espíritu de Asturias.
Ahora en España me encuentro, no sé… Como el hijo que ha vuelto a la casa de la madre; me encuentro feliz; me encuentro cómodo; me encuentro cordialísimamente rodeado; francamente a gusto. Y, además, muy equilibradamente el reencuentro conmigo mismo. Es decir, que me encuentro en mi tradición, en mi raza, en mi paisaje, en mi modo de hablar.
Yo, de momento, vuelvo para Buenos Aires, porque tengo establecidos allí muchos contactos, compromisos, trabajos que no pueden romperse de la noche a la mañana, porque son labor de muchos años. Lo que pienso es que voy a ir y a venir muy a menudo de Buenos Aires a Madrid y de aquí a Buenos Aires. A mí me ocurre ahora aquello que decía Rusiñol, que cuando el español va a América y vive un tiempo allí, termina teniendo dos patrias, que son España y América, y después acaba teniendo una sola, que es el barco, porque siempre quiere ir, y cuando ha llegado está deseando volver.
Hay algunos países donde se representan mis obras habitualmente. Yo podría decirle ahora, sin temor a equivocarme, que esta noche se están haciendo dos o tres comedias mías en teatros de Alemania y de otras naciones de Europa. En el año anterior, en la encuesta que se hizo a fin de año de los autores más representados por los estudiantes, por los “amateurs”, por los teatros independientes, eran seis escritores los elegidos, y yo uno de ellos.
La encuesta fue hecha en Francia. En Estados Unidos no se me representó nunca profesionalmente, y sin embargo, lo han hecho habitualmente los teatros estudiantiles y universitarios. En la sección de castellano de las Universidades hay varios libros míos que sirven de texto para estudiar y muy a menudo se representan mis comedias.
Ya conocía a los autores jóvenes españoles. Lo que no había visto era la puesta en escena, porque el teatro no es una literatura fundamentalmente. No es el libro lo que me interesa únicamente, sino eso puesto en pie, con luces, con dirección, con la actriz, con el actor, con el público. Ahí está lo fundamental. La gran aventura del teatro es la muchedumbre. Yo tenía mucho interés en ver el teatro español, no leído, sino visto desde el patio de butacas. De ninguno de los autores que me interesaban he tenido la suerte de ver representar nada en estos días; pero he visto cosas muy interesantes.
De los autores que pudiéramos llamar nuevos, lo que he visto que me haya impresionado más es “La camisa” de Lauro Olmo, que me parece que está bordeando un gran género, todavía sin hacer en España, que es el sainete poético. El sainete se ha hecho muy bien, y el teatro poético también; pero el sainete poético es lo que anda buscando este muchacho, que no sé si está completamente conseguido en “La camisa”, pero que anda muy cerca, por una senda muy firme y muy interesante.
NOTA: entrevista de Casona con Marino Gómez Santos, tal como fue impreso en la sección del Diario Pueblo “Pequeña historia de grandes personajes” con el título de “Alejandro Casona cuenta su vida,” el 15, 16 y 17 de agosto de 1962.
Extraída de http://www.alejandro-casona.com
Besullo, fundamentalmente, era una aldea de labradores, pastores y herreros. Mi abuelo era herrero; tenía un mazo romano. Se conservan aún algunos mazos romanos en Besullo.
Me imagino cómo estaban ellos, desnudo el torso y machacando y calentando hierro hasta ponerlo al rojo blanco, que casi aúlla cuando lo meten en agua fría.
De niño, una de las cosas que más me impresionaban era el trabajo del herrero. Hoy me parece que si no fuera escritor y me dijeran qué quería ser en la vida, yo no sé… creo que quisiera ser herrero, como era mi abuelo.
Entre las gentes de este Besullo mío había una gran tradición oral de romances viejos, que se están perdiendo mucho. Cuando yo era niño, y tengo bastantes años, esta tradición oral se conservaba muy viva todavía. Aquellas gentes, después de las faenas del campo, se ponían a recitar o a cantar esas viejas melodías, muy lentas y muy extrañas, que yo ahora sé lo que son, claro: romances famosos de los siglos XIV, XV y XVI, con temas de lobos, pastores, príncipes, encantamientos. Sobre todo, dominaban los temas de encantamientos.
La niebla contribuye a que todas las cosas no tengan un límite seguro, sino una esfumatura, para que no se sepa dónde las cosas empiezan y terminan. En una palabra, que no hay distancia. Usted ve un carro muy lejos y resulta que no está tan lejos, que está muy cerca; o ve una cosa muy cerca y luego resulta que está lejos. Cuántas veces nos ha parecido que estábamos a una gran altura y luego comprobamos que es mentira, que ha sido todo efecto de la niebla, y que uno está en un sitio completamente llano. Estas cosas hacen que el carácter asturiano esté en la lírica un poco, como el galaico y el portugués, que son las tres grandes zonas de lirismo de España.
Yo soy de una familia pobre, y los niños aldeanos no tienen juguetes; pero yo tengo un juguete sensacional, fabuloso, en la infancia: un castaño. Era un castaño al que llamaban “La Castañarona”. Cuando se le da el nombre femenino quiere decir allí más grande. Era un castaño… ¡no sé!… No puedo calcular el tamaño. Lo recuerdo tremendamente grande, con el tronco hueco por completo por un rayo, sin ramas. Cabíamos dentro de él siete u ocho niños. Allí jugábamos, subiendo por el tronco, pasando de un brazo a otro. Jugábamos un poco como Peter Pan, un poco como conejos dentro de un árbol. Era prodigioso, porque un día “La Castañarona” era un castillo; otros días, un barco; a veces, un palacio; en ocasiones, un bosque. Siempre, en definitiva, un juguete maravilloso que era muy difícil que un niño de ciudad pudiera tener y nosotros, niños de aldea, poseíamos sin lugar a dudas.
Hemos tenido una bruja, porque en Asturias y en Galicia hay brujas de verdad. Ahora ya no sé; pero cuando yo era chico las había.
A esta mujer todo el mundo la señalaba con el dedo, y se le tenía un poco de miedo, un miedo respetuoso, porque sabía de hierbas y de palabras mágicas. En definitiva, cosas raras con las cuales hacía curaciones o ensalmos. La gente sabía que eso, religiosamente, no estaba muy bien visto y era un poco peligroso; pero, en cambio, era muy útil cuando el cuerpo duele, cuando hay necesidad de un consejo. Los niños la queríamos mucho. Algunos, muy brutos, la tiraban piedras desde lejos para cumplir esa especie de deber que tiene el niño de tirar piedras a los locos y a las gentes que están al margen de lo normal. Y a los perros. De todas las maneras, nosotros la queríamos mucho, y cuando se murió—yo era muy niño—supe que no se la enterraba como a los demás, que había una fórmula distinta para aquella mujer. Creo que se la enterró debajo de un árbol, y esto me dio mucho que pensar.
Estudié el bachillerato en Gijón, mejor dicho, los dos primeros años. Gijón, para mí, fue un descubrimiento sensacional: el mar, la vida urbana, los tranvías.
Yo recuerdo haber ido algunas veces de excursión con los chicos que se escapan hasta el Musel para ver salir los barcos que van a América. ¡Qué lejos estaba yo de pensar que en esos barcos un día tendría yo que ir y estar tanto tiempo en América! Fui muy aficionado al tema de América, porque, como buena familia asturiana, en la mía había mucha gente que había amasado lo que se llama una fortuna en América. Bueno, una fortuna era que volvían con cuatro mil duros y se compraban una casita muy modesta donde vivían hasta que se morían.
En Cuba, en Méjico, en la Argentina, en todos sitios hay gentes de Besullo. En Buenos Aires me ofrecieron una comida los residentes de la aldea de Besullo. Como mi pueblo tiene cuarenta casas, yo esperaba que los residentes en Buenos Aires fueran diez, catorce personas, y resultó que eran como unos quinientos los que asistieron al banquete. Muchos más que los vecinos de Besullo. Eran mis paisanos que habían ido a Buenos Aires y que habían tenido hijos allí. En mi pueblo hay familias de veinte hijos, de los cuales viven en Besullo uno o dos, y los restantes viven en la Argentina. Es asombroso pensar la cantidad de asturianos que hay por esas tierras de América.
Mi padre y mi madre eran maestros los dos. El maestro siempre ha sido entre todos los cargos públicos de España, el peor pagado, de modo que llevaban una vida muy modesta, muy modesta. Lo difícil es que en las circunstancias en que vivían no podían tener una escuela en el mismo sitio juntos. Tenían que vivir obligadamente separados y entonces los chicos teníamos que estar unas veces con papá y otras veces con mamá, como si fuera un matrimonio divorciado.
Pues, como decía, mis padres tenían que separarse para poder ganar más dinero, pero siempre procurando que uno estuviera cerca del otro. Así fueron a Gijón, así fueron a Palencia y a Murcia y, finalmente, a León, el pueblo de mi madre. Porque mi madre era leonesa.
Era la historia, era la geografía, era la literatura lo que más me interesaba. Y ya, en cuanto se trataba de cosas: árboles, metales, fórmulas de triángulos, notaba que me interesaba poco. Necesitaba vida. Y en Gijón empecé a leer.
El primer libro serio, que me deslumbró, fue “La vida es sueño”, de Calderón, que tenía mi padre en una vieja edición. La guardaba como un tesoro, con miedo a que sus hijos la alcanzáramos. Aquel libro me daba la sensación de que debía tener algo prohibido, algo extraño; pero no tenía nada de prohibido. Era, sencillamente, una buena edición que no quería que tocáramos.
Entonces vi teatro por primera vez. Y eso me intranquilizó de un modo terrible, hasta el extremo de que no pude dormir. Había descubierto algo sensacional, un mundo maravilloso, no en el sentido de que pudiera pensar que nunca pertenecería a ese mundo, sino que aquello me parecía mejor que ningún libro de cuentos, mejor que ninguna novela, mejor que nada de lo que había visto en mi vida hasta aquel momento. No había podido ni soñar el descubrimiento del teatro.
Yo viví en Levante cinco años. La mocedad, de los quince hasta los veinte. Cerca de mi casa—vivíamos en la calle de la Acequia—pasaba una acequia por debajo de los balcones, y por eso se entraba por puentes. Allí estaba el viejo teatro Romea. Y en ese viejo teatro Romea, se instaló por entonces, hacia el año 1917, el Conservatorio de Música y Declamación. Un amigo mío, actualmente actor en Madrid, que se llama Antonio Martínez Ferrero, me dijo: “¿Por qué no vienes por el Conservatorio? Estudia Teatro, que te va a gustar.”
El teatro empezó a tentarme como actor. Entonces no pensé en escribir para el teatro, aunque escribía algunas cosas; pero cosas muy pequeñas, cosas que actualmente he olvidado y he roto. La afición a representar sí fue muy fuerte, muy grande, hasta el punto que con ese muchacho que le digo, con Antonio Martínez Ferrero, decidí escaparme un día para dedicarnos los dos al teatro, a ser cómicos. Ya sabíamos nosotros que no nos iban a autorizar en casa, y no hubo más remedio que saltar por la ventana. Nos escapamos juntos, una noche, para San Pedro del Pinatar, donde había una compañía. ¡Horrenda compañía, de esas de la legua! Necesitaban dos muchachos para hacer dos papeles, y nos contrataron. Luego nos dejaron por allí, abandonados, pasando hambre, un hambre feroz. Tuvimos que volver andando a casa; pero esa afición a representar, la afición de actor, me quedó siempre.
Me parece que soy muy mal actor. Muy malo, con seguridad. Dirijo bien, doy bien la réplica a los actores cuando les estoy enseñando a hacer una comedia, pero de eso a interpretarla yo…
En la compañía de Josefina Díaz y Manuel Collado llevábamos veinticinco títulos en el repertorio y las personas justas en la compañía. Un día, en Medellín, uno de los actores hizo el “salto del ángel” en una piscina para realizar una exhibición delante de sus compañeros. La piscina no tenía condiciones de profundidad y el actor se rasgó el cuero cabelludo. Fue un accidente escandaloso y el muchacho no pudo salir a escena hasta doce días después.
Aquella noche de Medellín el teatro estaba vendido. Josefina Díaz y Manuel Collado se miraban sin saber cómo salir del paso. Pensé que había llegado mi momento, “mi oportunidad” como actor; pensé que podía yo resolver el problema que se planteaba y como lo pensé lo hice. Total, que me incluí en el reparto, haciendo una comedia por día.
Llegué a interpretar hasta doce papeles diferentes y quedé muy contento de aquella experiencia.
Yo, enamorado muy joven, quería casarme. El sueldo que tenía entonces era muy chico, insuficiente. Estaba establecida entonces, y supongo que ahora, una remuneración especial para los maestros españoles que desempeñasen su magisterio en sitios lejanos, como Canarias, o difíciles de vivir, como el valle de Arán. Este lugar, para una persona madura y hecha, era muy difícil; pero
cuando se tienen veinticuatro años no hay dificultades de ningún género.
¿Qué más quería yo? Salía en esquí por la ventana. Pasé tres años felices en el valle de Arán. Aquella vida obligadamente en silencio constante me hizo rodearme de libros, permanecer sentado junto a la chimenea con fuego. La casa era confortable y en ella tuve algo tan importante para el estudio como lo es la intimidad.
Primero hice un intento bonito, que fue escribir un teatro para los niños de la escuela. Se llamaba “La Pájara Pinta”. Representábamos unas piezas muy breves, muy sencillas, que no tenían otro objeto que divertir a los chicos y a sus familias.
Cuando terminé “La sirena varada” vine a Madrid varias veces a ver a un empresario y a otro. Era inútil. Ninguno había oído mi nombre, ninguno me conocía. Nadie quería ni leer la obra. “No sirve para nada”, me decían.
Aquel panorama me hizo renunciar un poco a la idea de estrenar. Entonces se me ocurrió enviar la comedia a un catalán que tenía el Teatro Intimo de Barcelona, llamado Adrián Gual, un hombre muy inteligente, muy preocupado de la temperatura del teatro en Europa y en España. Este hombre me escribió inmediatamente y su carta me deslumbró. Me decía en ella que había que estrenar la comedia fuera como fuera.
Cual sería mi sorpresa cuando, poco tiempo después recibí una carta de la Xirgu, que conservo como un tesoro. ¡Ya era bonito recibir una carta de aquella actriz ilustre, nada menos que en el Valle de Arán! Me decía que había leído la obra y que ella se comprometía a estrenar esa comedia. No sabía cuándo. Me anticipaba, no obstante, que cuando hubiera una coyuntura favorable, y que posiblemente sería en el teatro Español de Madrid, para el que venía entonces.
El Premio Lope de Vega significaba entonces, año de 1930, una pequeña fortuna, pues su cuantía en metálico era de 10,000 pesetas. Si la obra era premiada, el estreno obligatorio se hacía en el teatro Español, donde había entonces una de esas compañías excepcionales que es difícil que vuelvan a poder reunirse nunca. La formaban Margarita Xirgu y Enrique Borrás, y tenía como galanes a Pedro López Lagar, Enrique Diosdado y Alitar. Recuerdo como actriz de carácter a la Sánchez Ariño… ¡En fin, una compañía formada con primeras figuras!
Lo recuerdo perfectamente. La otra comedia finalista era de Camón Aznar. Se titulaba “Alejandro Magno” y era un drama histórico. “La sirena varada” pretendía ser una comedia moderna, y creo que lo era. La comedia de Camón Aznar era grandilocuente; una comedia de época. Camón Aznar, profesor universitario importante, culto, me hacía pensar de antemano que el premio iba a ser para él. Por otra parte, y teniendo todos los respetos y cortesías para este ilustre profesor universitario, yo creía que “Alejandro Magno” no era lo que había que hacer en el teatro. En efecto, mi “espía” me dijo que el premio se había concedido a Camón Aznar.
Era angustioso estar nadando y nadando para acabar ahogándose en la orilla. Confieso que lloré. ¡Créanme que me sacudió mucho aquello! Claro que me conformé, diciendo: “¡Qué se le va a hacer!” Estaba cayendo la tarde ya y tomé un tranvía para ir a mi trabajo. De pronto veo al vendedor de periódicos con un ejemplar de “La Voz”. Un señor delante de mí, compra “La Voz”. Alargo el cuello y veo cómo pasa una página, cómo pasa otra, y al doblar así, veo en letras muy grandes: “Premio Lope de Vega: ‘La sirena varada’ de Alejandro Casona”. Agarré el periódico, diciendo al señor: “Perdóneme un momento.” Ni que decir tiene que el señor creyó que yo estaba loco.
No sé cómo me vino la información anterior, ignoro el error que pudo haber, porque en ningún momento se dio el premio a Camón Aznar. El premio me lo habían dado a mí, allí estaba.
La comedia tuvo mucha repercusión fuera de España, porque no habían transcurrido dos meses cuando ya se había estrenado en París y en Roma. De modo que después de tanta angustia, de tanta espera, el teatro se abrió para mí de la noche a la mañana, en un minuto y de par en par. En el término de dos meses el resultado era el siguiente: estreno en el teatro Español de Madrid, París, Roma… ¡Qué más podía esperar!
“Nuestra Natacha” fue un éxito sensacional, no de pureza literaria y poética como “La sirena varada” sino un escándalo público, de grandes ovaciones, de aplausos, de interés, porque venía a renovar una estudiantina, que venía a ser en su momento la estudiantina que había sido en el suyo “La casa de la Troya”. Claro que las cosas habían cambiado. Aquello era una residencia de estudiantes, no una pensión. La comedia estaba hecha de otra manera, pero tenía ese mismo tipo de cosa, de vida estudiantil, muy auténtica. De “Nuestra Natacha” se han escrito muchas tonterías, se ha hecho bandera de acá y de allá. ¡No es bandera!… Además, era simplemente una obra joven, llena de fe. Quizá un poco evangélica, un poco inocente, un poco romántica; pero de cosas muy auténticas y muy verdaderas; donde está el teatro de los estudiantes, la residencia, los problemas de la coeducación, esas especies de penitenciarias que eran los reformatorios… ¡En fin! Todo ello estaba hecho con un nobilísimo afán, no de hacer demagogia ni de buscar ovaciones, sino de tocar una llaga de la pedagogía española, que es evidente que estaba al alcance de todo el mundo y nadie lo había tocado. Y después, fruto de las pasiones del momento, se le dio por unos un carácter… ¡no sé!…
Las Misiones Pedagógicas fueron una fundación del maestro Cossío, cuyo libro sobre El Greco es bien conocido. Era un hombre muy viejo, de setenta y muchos años, cuando yo le traté. Estaba tendido sobre una tabla, con el cuerpo escayolado. Debía de padecer alguna enfermedad de columna vertebral. Estaba como en un potro de tortura; pero que él llevaba con una sonrisa maravillosa, como si no existieran en su cuerpo ni el dolor. Vivió siete u ocho años más. Una de sus creaciones fue el teatro popular. Había millares de aldeas en España que no conocían el teatro, porque no lo habían visto nunca. Don Manuel me decía: “¿Tú no dices que te sacudió el teatro la primera vez que lo viste?” “¿No me contaste que aquella anoche en que viste la primera representación teatral no pudiste dormir?” “A los campesinos debe producirles algo igual. Hay que hacerlo.” Y lo hicimos.
Nuestros muchachos hacían su trabajo un poco misioneramente, evangélicamente, artísticamente, sin ninguna pretensión ni ambición más. No había intención de tipo social, ni nada de prédica política. El teatro de las Misiones Pedagógicas, el teatro del Pueblo, teatro y coro, lo formaban unos cincuenta muchachos y muchachas, estudiantes de las distintas universidades, facultades y escuelas. No cobraban nada, y además, se llevaban la comida de casa. Ha habido mucha gente que creía que iban a divertirse.
“La Barraca” iba a poblaciones castellanas que tenían un teatro un poco decente, un poco sin cultivar, o de malos repertorios. Allí daban Lope bien presentado, modernamente hecho. Nosotros íbamos a llevar el teatro a los campesinos analfabetos que no sabían lo que el teatro era y que, por tanto, lo veían por primera vez. Por esa razón nuestro repertorio tenía que ser forzosamente más simple, piezas cortas con música y pequeñas danzas. Lo difícil era crear este repertorio, que no existía. Así pusimos en escena los “Juicios de Sancho Panza en la ínsula Barataria”, y otras cosas que estábamos seguros que iban a merecer una atención del pueblo, del pueblo auténtico, del pueblo aldeano, del pueblo sin libros, del pueblo virgen al que le llegaba por primera vez el teatro. Hoy habrá llegado ya la radio, el cine, la televisión. Entonces no había llegado todavía eso.
Partíamos entonces de una fórmula exterior que no podía fallar, en principio. Esta consistía en algo tan elemental como sacar a escena hombres y mujeres disfrazados, entre los cuales empezaban a pasar cosas. La gente atendía por una simple curiosidad primaria. Aparte de esto, había una cosa de tradición oral evidente en muchos de esos pueblos, que siempre eran de menos de mil habitantes, pequeñas aldeas.
Una vez vi algo curioso. Un hombrote con la blusa, la rosa en la oreja, la vara en la mano, entra en el teatro como diciendo: “Vamos a ver qué tontería es ésta.” Se sienta y saca el tabaco, que se pone aquí, en el hueco de la mano izquierda, y empieza a quitarle los palos. Luego saca un papel grande, papel del Rey de Espadas, que se coloca en la comisura del labio. En ésto se levanta el telón y empieza la representación de “El dragoncillo” de Calderón de la Barca, que es una pieza divertidísima, una estampa preciosa, que dura unos veinte minutos. Aquel hombre de la blusa clava los ojos en el escenario y sigue elaborando con parsimonia el cigarro, hasta que cae el telón. Cuando cae el telón, hace de pronto como si le hubiera pasado algo y le diera vergüenza. Entonces se apresura a encender el cigarro. Había pasado un momento de suspensión y volvía de otro mundo.
Proyectamos una película documental breve, de un rollo, con tema de mar, en la que se desarrollaba una tormenta imponente. Había un naufragio, un barco en peligro y un salvamento. De pronto, una pobre mujer empezó a llorar allí y le dio un ataque de histeria terrible. Hubo que suspender la proyección. Cuando aquella mujer volvió en sí nos contó que un hijo suyo había ido a América. Para ella hasta aquel momento el mar no era más que una palabra, y de pronto, cuando lo había visto, creía que el hijo estaba pasando aquel naufragio. La anécdota me parece escalofriante.
No fui directamente a Buenos Aires. Yo entonces tenía un contrato para inaugurar un teatro en Méjico. Este contrato era de tres meses y no se cumplió; pero me llamaron por si quería ir con la compañía de Diaz-Collado para hacer tres meses en otro teatro.
Allí hicimos una temporada bastante larga, de casi dos años, por distintos países. Con ese motivo he residido bastante en Méjico, La Habana, Puerto Rico, Colombia, Venezuela… Después, ya por mi cuenta, me fui a Buenos Aires contratado por una empresa. Fue cuando estalló la guerra europea. Me quedé definitivamente en Buenos Aires, hasta ahora. He hecho algunos viajes por Europa también y muchos por América.
En América, durante ese tiempo, he hecho casi exclusivamente teatro, he dado conferencias, he escrito artículos y he trabajado bastante para el cine, casi siempre como guionista o adaptando comedias mías, o adaptando comedias famosas del mundo, como “Casa de muñecas” de Ibsen, y otras originales escritas directamente como guionista.
Tres años seguidos estuvo en cartel “Los árboles mueren de pie” en Buenos Aires. En Buenos Aires era relativamente fácil pasar de las cien representaciones. El éxito empezaba a partir de las doscientas o trescientas.
Ahora nos tienen bastante abandonados. No estamos de moda; pero en aquel momento todavía, el año 1939 y 1940 y hasta el 44 o 45, toda América miraba mucho a lo que se llamaba el meridiano de Madrid. El último estreno de Madrid era comentado en Buenos Aires, de modo que cuando llegué yo, me conocía todo el mundo. Yo era un autor popular. Todas mis comedias estaban representadas. Era como si hubiera vivido allí, como si hubiera estrenado siempre en Buenos Aires. “Nuestra Natacha” se estrenó aquí, y a los ocho días se estrenaba en Buenos Aires.
Tengo que escribir paseándome, saliendo por los jardines y caminando entre pinares, entre árboles que huelan. Así suelen producirse en mí las ideas para una comedia. Después, lo que se llama escribir no me cuesta ningún trabajo. Lo que me cuesta es concebir el tema, enamorarme de él. Hay temas que se pueden hacer y rehacer mil veces; pero yo necesito siempre un tema que me enamore, que crea, aunque sea mentira, que es algo original, que es algo distinto, nuevo, y sobre todo, extraño. Ya entonces tengo muchas limitaciones; pero una vez que he inventado el tema y que lo encuentro, cuando me siento a escribir no me cuesta esfuerzo alguno.
El autor que más me ha sacudido siendo joven ha sido Valle-Inclán, que me parecía maravilloso aunque, a decir verdad, no lo veía muy teatral. Lo veía como lo escribía, muy arbitrariamente, al margen de las necesidades escénicas, como si pensara en que no se representase nunca. Tenía un cúmulo de personajes que es muy difícil que haya en ninguna compañía. Y los cambios de decoración, los efectos… Muchas veces el mismo lenguaje no era de ningún modo el que el público podía tolerar, entonces al menos. Valle-Inclán escribió de espaldas al público y de espaldas a la profesión, con desdén evidente por la gente del teatro. Así y todo, me sigue pareciendo el dramaturgo más importante.
Los críticos todos hablan de mi influencia astur. Hay una interferencia constante del sueño y de la fantasía, de la ternura, de la poesía, del humor, del paisaje de lejanía, de la extrañeza del descubrimiento. Todo lo cual está muy dentro del espíritu de Asturias.
Ahora en España me encuentro, no sé… Como el hijo que ha vuelto a la casa de la madre; me encuentro feliz; me encuentro cómodo; me encuentro cordialísimamente rodeado; francamente a gusto. Y, además, muy equilibradamente el reencuentro conmigo mismo. Es decir, que me encuentro en mi tradición, en mi raza, en mi paisaje, en mi modo de hablar.
Yo, de momento, vuelvo para Buenos Aires, porque tengo establecidos allí muchos contactos, compromisos, trabajos que no pueden romperse de la noche a la mañana, porque son labor de muchos años. Lo que pienso es que voy a ir y a venir muy a menudo de Buenos Aires a Madrid y de aquí a Buenos Aires. A mí me ocurre ahora aquello que decía Rusiñol, que cuando el español va a América y vive un tiempo allí, termina teniendo dos patrias, que son España y América, y después acaba teniendo una sola, que es el barco, porque siempre quiere ir, y cuando ha llegado está deseando volver.
Hay algunos países donde se representan mis obras habitualmente. Yo podría decirle ahora, sin temor a equivocarme, que esta noche se están haciendo dos o tres comedias mías en teatros de Alemania y de otras naciones de Europa. En el año anterior, en la encuesta que se hizo a fin de año de los autores más representados por los estudiantes, por los “amateurs”, por los teatros independientes, eran seis escritores los elegidos, y yo uno de ellos.
La encuesta fue hecha en Francia. En Estados Unidos no se me representó nunca profesionalmente, y sin embargo, lo han hecho habitualmente los teatros estudiantiles y universitarios. En la sección de castellano de las Universidades hay varios libros míos que sirven de texto para estudiar y muy a menudo se representan mis comedias.
Ya conocía a los autores jóvenes españoles. Lo que no había visto era la puesta en escena, porque el teatro no es una literatura fundamentalmente. No es el libro lo que me interesa únicamente, sino eso puesto en pie, con luces, con dirección, con la actriz, con el actor, con el público. Ahí está lo fundamental. La gran aventura del teatro es la muchedumbre. Yo tenía mucho interés en ver el teatro español, no leído, sino visto desde el patio de butacas. De ninguno de los autores que me interesaban he tenido la suerte de ver representar nada en estos días; pero he visto cosas muy interesantes.
De los autores que pudiéramos llamar nuevos, lo que he visto que me haya impresionado más es “La camisa” de Lauro Olmo, que me parece que está bordeando un gran género, todavía sin hacer en España, que es el sainete poético. El sainete se ha hecho muy bien, y el teatro poético también; pero el sainete poético es lo que anda buscando este muchacho, que no sé si está completamente conseguido en “La camisa”, pero que anda muy cerca, por una senda muy firme y muy interesante.
NOTA: entrevista de Casona con Marino Gómez Santos, tal como fue impreso en la sección del Diario Pueblo “Pequeña historia de grandes personajes” con el título de “Alejandro Casona cuenta su vida,” el 15, 16 y 17 de agosto de 1962.
Extraída de http://www.alejandro-casona.com
martes, 7 de abril de 2009
El teatro
Theatron
El teatro, al igual que la poesía, nace también en las sociedades primitivas, para satisfacer la necesidad de los hombres y mujeres de desarrollar rituales mágico-religiosos, y asegurar así el favor de los dioses en la caza y en la recolección de alimentos.
Desde sus inicios, fue un arte atado a los conflictos y valores humanos, pero también refleja la tendencia lúdica (de juego) del hombre, que lo lleva a transformarse por un tiempo en otra persona, y adoptar su apariencia y lenguaje para descubrir en sí mismo las respuestas a su condición humana. El teatro, tal y como lo conocemos hoy, surge de la antigua Grecia. De hecho, la palabra teatro es una derivación del griego theatron, que significa lugar para contemplar. En esa zona se hicieron las primeras representaciones, motivadas por ritos y ceremonias en honor a Dionisios, dios de la fertilidad y del vino.
Estructura de la obra teatral
El acto, también llamado jornada, es cada parte importante de la obra dramática; se anuncia con la subida (inicio) y bajada (final) del telón. El cuadro es el cambio de decoración dentro del acto, producido por el quiebre de la unidad de lugar. La escena es el segmento del acto en que actúan los mismos personajes; se determina con la entrada o salida de ellos. El entreacto o intermedio es la pausa que hay entre dos actos. El entreacto suspende la representación, pero no la acción, porque se puede fingir que siguen sucediendo aquellas cosas que no se podrían mostrar o también el paso del tiempo en días, meses o años.
El diálogo es la conversación entre dos o más personas, que alternadamente manifiestan sus ideas o afectos. Es la forma propia del teatro. El monólogo o soliloquio es el discurso que pronuncia un personaje, que se halla o cree hallarse solo en escena y en el que expresa su estado de ánimo o sus proyectos y pensamientos. El aparte es la frase que dice un personaje fingiendo que la oye el público y no los otros actores que están en escena.
• Estructura de la obra dramática:
La obra dramática esta constituida constituido por tres instancias características de esta, las cuales son:
-Presentación del conflicto:
El conflicto es el origen estructurante de una obra dramática ya que sin este presente no hay drama. Su proceso significa que por una parte origina la producción de una acción dramática y por otra la evolución de los caracteres. Asimismo, acción y carácter son el centro de atracción activo de la obra.
La presentación del conflicto cambia de acuerdo a la obra. Podemos diferenciar en términos generales, cuatro etapas:
A. Entrega del protagonista. B. Propósito del protagonista. C. Presentación del obstáculo. D. Choque de las dos fuerzas en batalla.
-Desarrollo de la acción dramática:
La realidad del conflicto va avanzando ágilmente hasta llegar a un duelo decisivo de los personajes y sus objeciones. Esto entrega la dimensión artística a la obra de teatro. Los distintos esfuerzos por superar a la fuerza opuesta dan lugar a un pensamiento dramático.
-Desenlace de la acción dramática
Es la eliminación del obstáculo o la desaparición del protagonista. Al hablar de conflicto este puede observarse desde diversos puntos de vista; del hombre con el destino (“Edipo Rey” de Sófocles); del instinto con el ambiente (“Hamlet” de William Shakespeare); del entendimiento con el ambiente (“Madre Coraje” de Bertolt Brech); del libre albedrío con el ambiente (“Casa de Muñecas” de Enrique Ibsen).
Por eso, la fuerza opuesta puede ser un elemento externo o interno del propio personaje, fuerza que dificulta el propósito de la fuerza protagónica.
• Género dramático y Subgéneros dramáticos:
1. Genero dramático
El género dramático es aquel que representa algún episodio o conflicto de la vida de los seres humanos por medio del diálogo de los personajes. El autor cede su voz a los personajes que exponen o desarrollan el conflicto ante los espectadores, haciendo que ejerzan de intermediarios.
2. Subgéneros dramáticos:
Existen tres subgéneros dramáticos básicos :
A. Tragedia : Dramatiza conflictos graves que nacen de las grandes pasiones que dominan a los protagonistas, víctimas de las mismas. Suele presentar un final fatal.
B. Comedia : Su contenido suele ser amable y divertido, busca la risa en el espectador. El final es, normalmente, feliz y, los actores representan personajes corrientes.
C. Drama : Mezcla situaciones cómicas con otras trágicas.
Los personajes luchan contra situaciones adversas que no aceptan, a diferencia de lo que ocurre en la tragedia, y que suelen causarles daño. El final puede ser feliz o desdichado.
Características del género dramático
Así, este género literario cuenta con las siguientes características básicas:
Los autores dramáticos deben contar una historia en un lapso de tiempo bastante limitado, con lo que no se pueden permitir demoras innecesarias.
El hilo argumental debe captar la atención del público durante toda la representación. El recurso fundamental para conseguirlo consiste en establecer, cada cierto tiempo, un momento culminante o clímax que vaya encaminando la historia hacia el desenlace.
El teatro es una mezcla de recursos lingüísticos y espectaculares, o lo que es lo mismo, el texto literario se suma, como un elemento más, a los elementos escénicos pertinentes para conseguir un espectáculo completo.
Aunque podamos leer una obra de teatro, los personajes que intervienen en ella han sido concebidos por el autor para ser encarnados por actores sobre un escenario.
La acción se ve determinada por el diálogo y, a través de él, se establece el conflicto central de la obra.
El autor queda oculto detrás del argumento y los personajes. Si leemos una obra teatral, observaremos que de vez en cuando aparecen indicaciones sobre cómo debe ser el escenario o cómo deben actuar los personajes. Estas instrucciones se denominan acotaciones. Por lo demás, los sentimientos del autor, sus ideas y opiniones se encuentran diluidos en la amalgama de personajes y ambientes que forman una obra de teatro.
Reglas que nos ayudan a leer correctamente
a).- Lo primero que hay que comprender es que los ojos no son los que retienen lo que se lee; el órgano encargado de retener lo captado por los ojos, es el CEREBRO, los ojos son simples focos de la cámara humana.
b).- Aceptado lo antes dicho, procure “ganar con la vista hacia el lado lógico de la lectura (lado derecho) dos o tres palabras, o sea, trate de ir pronunciando una y buscando dos o tres más hacia la derecha (practique).
c).- El cerebro se encarga de convertir en ideas las palabras que los ojos van enviando como señales y llega un momento en que a usted le pueden quitar de la vista lo que está leyendo y usted logra terminar la idea tal y como está en el papel. Haga la prueba.
d).- Es imprescindible la concentración en torno a lo que se lee, de lo contrario es casi seguro que nos equivocamos.
e).- El número de palabras que usted logre alcanzar hacia la derecha, le proporcionará la agilidad suficiente en la lectura, porque esto provoca que el cerebro vaya reconociendo rápidamente las palabras.
Una muestra de inseguridad ocurre cuando el lector vuelve la vista atrás, por temor de haber pronunciado alguna palabra incorrectamente y el cerebro se distrae en el proceso de ir adelantándose en la asimilación de las palabras que están situadas en el curso lógico de la lectura.
Para lograr un correcta lectura debemos dominar la respiración, conocer las reglas de pronunciación, dominar la técnica de ir alcanzando el mayor número de palabras hacia la derecha.
sábado, 4 de abril de 2009
La dama del alba
Sinopsis
Acto I
La familia reunida a la cena. En la conversación, se pone de manifiesto que la madre misteriosamente ha perdido una hija, Angélica, supuestamente ahogada en el remanso del río que pasa por el pueblo, hace cuatro años. Angélica se había casado con un joven llamado Martín tres días antes de su muerte. Su cuerpo nunca fue encontrado, por lo que la madre se lamenta de no haberle podido darle sepultura. La obra se inicia en el aniversario de su muerte. La Peregrina aparece en la puerta. En Asturias la tradición folclórica dice que los peregrinos que hace el Camino de Santiago, es decir, que se dirigen a Santiago de Compostela, llevan bendiciones a las casas que visita, por lo que, aún cuando no la conocen, la reciben con hospitalidad. El abuelo sabe que conoce a la Peregrina, pero no recuerda de dónde. Los niños juegan con ella y ella se ríe de un modo que asusta a los niños. Dice que nunca había reído antes. También le sorprende encontrar dentro suyo un corazón que late. La criada de la casa lleva a los niños a acostar, y la Peregrina se duerme. El abuelo se queda pensando de dónde conoce a la Peregrina.
Acto II
En el mismo lugar, minutos después. El abuelo se da cuenta de que la Peregrina es La Muerte; la reconoció porque había tenido a la Muerte cerca suyo cuando estuvo en un accidente ocurrido en una mina años atrás, accidente en el que murió mucha gente del pueblo. El abuelo despierta a la Peregrina, le dice que la ha reconocido y le pide que deje a su familia tranquila, puesto que ya han sufrido demasiado. La peregrina manifiesta que no le sorprende que la haya reconocido ya que según ella quienes están cerca suyo nunca la olvidan y también dice que había llegado a la casa para llevarse a Martín, pero ella perdió su oportunidad cuando se quedó dormida después de haber estado jugando con los niños. La muerte-que se describe en términos muy humanos en la obra-explica que no es más que el cumplimiento de su misión. Mientras tanto, Martín trae a Adela, una joven que intentó matarse en el río. La peregrina le comenta al Abuelo que volverá en 7 lunas.
Acto III
Adela se convierte en parte de la familia, inconscientemente comienza a tomar el papel que Angélica había tenido una vez, como hija y hermana. Ella intenta hacer feliz a la madre por llevar la ropa de Angélica y tratando en lo posible a parecerse a Angélica. Han pasado siete lunas desde el Acto II y es la noche de San Juan, noche de milagros y de baile alrededor de las hogueras. En el pueblo se prepara una gran fiesta. Llega la Peregrina tal como se lo comentó al abuelo, pero, está confundida acerca de cual es su misión. Provoca una reunión entre Martín y Adela, y escucha sin ser vista. En esa conversación, Martín le revela a Adela dos secretos:
1) Angélica no ha muerto, sino que, cuando creyeron que se había ahogado, en realidad huyó con un amante. Martín no lo había revelado a su familia para no arruinar los recuerdos que la Madre y el pueblo tienen de Angélica.
2) Aunque ha sido duro y no se ha hablado mucho de Adela, él está realmente enamorado de ella. Martín también describe que en el pueblo los chismosos dicen que Adela está sustituyendo a Angélica, y sugieren que terminará por hacer pareja con Martín. Martín decide que debe dejar de proteger a Adela de los chismorreos del pueblo, y, sabiendo que Angélica vive, no puede cortejarla libremente como quisiera. Adela se queda llorando, porque ella también ama a Martín. Deciden pasar esa noche bailando en la fiesta del pueblo y olvidar que Martín partirá al día siguiente. La Peregrina le dice al abuelo que, después de escuchar esa conversación, tiene en claro para qué vino a la casa.
Acto IV
Angélica regresa durante la fiesta de San Juan, sin ser vista por nadie en el pueblo. Se encuentra con la Peregrina, y le cuenta que ha sido miserable y que su amante la ha abandonado. Ella quiere retomar su vida anterior. La Peregrina le dice que no es posible porque ya ha sido sustituida por Adela, y que provocará más dolor a su familia, puesto que su madre, su abuelo, su marido y sus hermanos han logrado rehacer su vida. La peregrina le muestra que ha perdido todo, y que sólo puede salvar el buen recuerdo que de ella tienen los que la amaron, proponiéndole unirse a ella en el río (es decir, a cometer suicidio). En la última escena, gente del pueblo encuentra el cuerpo de Angélica en el remanso; ellos creen que el cuerpo se ha conservado después de 4 años de estar en el río. La madre grita finalmente de alegría al haber recuperado el cuerpo de su hija para poder sepultarla.
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