Mamá está furiosa con papá porque a papá no le gustan los zapatos que ella usa, y dice que lo que él le hizo hoy es algo que no le piensa perdonar mientras viva ni después de muerta.
Cualquiera podría acordar con papá en que lo que hizo es una pavada, pero entre ellos el episodio devino en una cuestión capital, definitiva, porque el rencor de mamá es de jíbaro, un resentimiento de tragedia shakesperiana y de perro del hortelano, como dice Tía Etelvina cuando la ve así, porque dice (Tía Etelvina) que mamá, enojada, sólo tiene camino de ida y se pone de tal manera que no perdona ni deja perdonar.
Mamá tiene unos pies muy lindos, preciosos y parejitos, sin callos y con los dedos como repulgue de empanaditas, y en eso todo el mundo está de acuerdo. Por eso mismo, dice papá, es un crimen que use zapatos tan feos. Yo no sé qué te da por ponerte esos zapatones horribles, grandes, cerrados y que además hacen ruido, dice papá. Y encima, inexplicablemente, producen un crujidito horrible al caminar pero que no se puede ni mencionar porque vos jamás aceptás una crítica. Lo que pasa es que tus críticas jamás son constructivas, dice mamá. Lo que pasa es que te ponés hecha una fiera, dice papá. Y al cabo mamá le grita que en todo caso es un defecto de nacimiento y mejor no te metás con mis defectos, estoy harta de que me critiques, harta de que me juzgues, y harta de esta vida que llevamos porque yo me merezco otra cosa (que es lo que mamá dice siempre). Y como no hay manera de pararla papá se calla la boca y ella sigue diciendo todo lo demás que es capaz de decir, que es muchísimo y es feroz.
A mamá no se le puede pedir discreción en nada. Y tampoco tiene un gran sentido del humor. Cuando eran más jóvenes él le sugería que usara zapatillas, total, bromeaba, yo te voy a querer igual. Pero ella, en todo su derecho, se compraba los zapatos que le gustaban y usaba los que quería, y siempre protestando que yo no sé por qué los hombres tienen esa manía de pretender dirigir la vestimenta de las mujeres: cuando la conocen a una se enganchan por las ropas audaces pero cuando nos tienen enganchadas quieren que andemos como monjas y guay de una si se pone minifalda o se le ve un cacho de teta.
Guaranga como es ella, vehemente y fulminadora con la mirada, ni en chiste se le puede hablar de lo que no le gusta. Eso ya lo sabemos. Por eso lo que hizo papá este sábado a la tarde, aunque suene a pavada, fue demasiado: no había nadie de la familia en la casa, y él aprovechó para juntar todos los zapatos de mamá, como diez o doce pares, viejos y nuevos, y los metió en una bolsa y llamó a Juanita, que es la muchacha que trabaja en la casa ayudando en las tareas porque aunque no somos ricos tenemos sirvienta cama afuera, como quien dice, y le dijo tome Juanita, me ordenó la señora que se los regale.
Y le entregó la bolsa con todos los zapatos, que Juanita, chocha, se llevó a su casa.
Por supuesto, y como era de esperar, mamá se dio cuenta esa misma noche, en cuanto llegó y se quitó las botas que llevaba puestas y buscó las sandalias de entrecasa. Descubrió el ropero vacío de zapatos y fue todo uno gritar desde el dormitorio: "¡Titino qué hiciste con mis zapatos!" y salir a torearlo.
Papá estaba de lo más divertido y le dijo la verdad: se los regalé todos a Juanita. Lo que ipso facto desató en mamá una verborrea de lo peor: lo trató de tano bruto, comunista nostálgico y hasta le dijo nazi antisemita hijo de puta y después se fue a contarle a todo el mundo, empezando por la abuela y la Tía Etelvina, que este hombre cuando está aburrido es un peligro, por qué no se meterá sólo en lo suyo y ahora va a ver cuánto le va a salir la cuenta de la zapatería.
A mí hay dos cosas que me revientan de ellos dos: la incapacidad de aceptar los comentarios ajenos que tiene mamá; y esa manía de querer cambiar a la gente que tiene papá.
Pero es inútil, con ellos. La Tía Etelvina dice que a gente así lo mejor es ignorarla. Y yo creo que tiene razón. Pero cuando son los papás de uno no se puede.
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